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Critica a «Cinco Lobitos» (2021) de Alauda Ruiz de Azúa

Reseña a "Cinco Lobitos" de Alauda Ruiz de Azúa, con Laia Costa, Ramón Barea y Susi Sánchez.

De facto, sólo hay un bebé en la alambicada ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa, que celebró su estreno en la Berlinale Panorama, pero a juzgar por el comportamiento de los personajes, cabría suponer que son tres. Aúllan, gimotean, refunfuñan, se enfurruñan y se comportan de forma tanto más infantil cuanto más contentos podrían estar en realidad. Todos ellos son mujeres, lo que sugiere el mensaje central del melodrama misógino de las mamás: en su comportamiento social, las mujeres nunca superan el nivel de la hija recién nacida de la protagonista.

Amaia (Laia Costa, Foodie Love) regresa del hospital a su privilegiada vida de clase media-alta en la primera escena del drama. El marido, Javi (Mikel Bustamante, La casa de papel) se muestra cariñoso con la nueva madre, el abuelo Koldo (Ramón Barea, La boda de Rosa) y la abuela Begona (Susi Sánchez, Dolor y gloria) están ahí para apoyarla. No falta dinero, comodidad ni apoyo social. La pequeña está bien y aparentemente es una niña de ensueño. ¿Y Amaia? Al principio empieza a llorar.

¿Es posible que la directora y guionista sufra depresión posparto? ¿Quiere advertir sobre las consecuencias trascendentales del embarazo y la maternidad? Todo eso sería honorable, pero es más bien lo contrario de la intención dramatúrgica. Descarta el descontento femenino en las estructuras familiares patriarcales y heteronormativas por considerarlo infundado y poco fiable. Las mujeres se quejan a través de las generaciones, pero en realidad están encantadas con su deber de madres. No hay alternativa a esto en el concepto de rol de género de ayer, que aquí se normaliza y consolida hábilmente.

En su cinematográfico doble episodio de culebrón familiar, Alauda Ruiz de Azúa desgrana los triviales achaques de una madre de clase media acomodada y de su crónicamente insatisfecha madre. Los personajes secundarios masculinos tienen mucho trabajo con los protagonistas, siempre antipáticos, que, a falta de problemas reales, los crean o se convencen a sí mismos de que los tienen. Una trama sustancial no se desarrolla a partir de quejas y neurosis. Ni siquiera el conjunto consigue alcanzar el nivel de una telenovela pasable. Algo así sería al menos más entretenido que la nana literal.

Esto es sólo el preámbulo de una historia familiar que cuestiona el lugar de cada miembro de una generación a otra con cada nuevo nacimiento. En este caso, la película comienza en la intimidad de una joven pareja a punto de estallar con una mala gestión de la carga mental donde el joven padre finalmente no tiene complejos para dejar a su joven compañera que gestione ella sola la angustiosa realidad de sentirse deficientes para ser padres biológicos. Es entonces cuando se cuestiona el problema de la vitalidad de la pareja parental a través de otros personajes: los que tienen varias décadas de experiencia a sus espaldas, es decir, los padres de Amaia.

Así, la inteligencia de un guión capaz de insertar varias capas de análisis en este retrato de familia que se centra en tres personajes, una joven madre y sus dos padres, se revela bajo la fuerte directriz de una transmisión femenina intergeneracional donde las actitudes, los modos de funcionamiento y los dolorosos errores tienden desgraciadamente a repetirse, debido a la falta de comunicación y al peso inconsciente de la transmisión familiar.

La directora ha elegido intérpretes que saben encarnar plenamente papeles complejos habitados por varias historias que, aunque permanezcan fuera de cuadro, hacen que los personajes se muevan en sus interacciones. Este es también el método de Cassavetes de filmar a sus intérpretes lo más cerca posible para captar emociones que hablan más alto que cualquier elaborada escenografía y complejos movimientos de cámara. Los cuerpos filmados lo más cerca posible en pequeños encuadres revelan así historias familiares no resueltas de otras épocas, pues la trama se concentra gradualmente a lo largo de las secuencias en una historia intergeneracional ininterrumpida entre una madre y una hija. A partir de entonces, convertirse en madre es una invitación a llorar la pérdida de una relación filial privilegiada para nacer a su vez de forma más o menos autónoma.

Alauda Ruíz de Azúa se aleja de su contexto sociohistórico para centrarse en los lazos familiares como depositarios de la verdad de los individuos en su asumida fragilidad. En este enfoque, encontramos la realidad extra-dialéctica del confinamiento, donde los miembros de la familia se ven obligados a cohabitar y cuestionar así su propio lugar en la familia.

Acerca del Autor

Ruben Peralta Rigaud

Rubén Peralta Rigaud nació en Santo Domingo en 1980. Médico de profesión, y escritor de reseñas cinematográficas, fue conductor del programa radial diario “Cineasta Radio” por tres años, colaborador de la Revista Cineasta desde el 2010 y editor/escritor del portal cocalecas.net. Dicto charlas sobre apreciación cinematográfica, jurado en el festival de Cine de Miami. Vive en Miami, Florida.