Reseña a "A Haunting in Venice" de Kenneth Branagh, con Michelle Yeoh, Tina Fey, Jamie Dorman.
Érase una vez que Hércules Poirot (Kenneth Branagh) el detective más famoso del mundo. Pero eso se acabó, el belga se ha retirado de la escena pública. Su guardaespaldas Vitale Portfoglio (Riccardo Scamarcio) se encarga de que nadie se le acerque demasiado en su residencia de ancianos de Venecia y le acose con casos. Sólo una persona consigue burlarle: la escritora Ariadne Oliver (Tina Fey), con la que mantiene una amistad desde hace muchos años. También es ella quien le convence para que participe en una sesión de espiritismo con la médium Joyce Reynolds (Michelle Yeoh), que se celebrará en el marco de una fiesta de Halloween. Y es que hasta ahora Oliver no había conseguido condenarla por charlatanería. Además de la anfitriona Rowena Drake (Kelly Reilly), participan, entre otros, el médico Dr. Leslie Ferrier (Jamie Dornan) y su hijo Leopold (Jude Hill). Pero Maxime Gerard (Kyle Allen), que en su día mantuvo una relación con la difunta hija de Drake, también llega a tiempo para la hora de las brujas. Pero todos ellos no tienen ni idea de que pronto tendrán que enfrentarse a la muerte en la sesión de espiritismo cuando alguien del grupo aparece asesinado.
Cuando Kenneth Branagh se anotó un éxito en 2017 con su adaptación de Asesinato en el Orient Express -la adaptación de la famosa novela de Agatha Christie recuperó unas siete veces su presupuesto-, estaba claro que le seguirían más películas. De hecho, no tardaron en ponerse manos a la obra: el británico volvió a meterse en el papel del maestro de detectives belga en Muerte en el Nilo. El resultado, sin embargo, fue decepcionante, tanto comercialmente como en términos de calidad. El hecho de que la película sólo recaudara algo más de un tercio que su predecesora también pudo deberse a otras circunstancias: la pandemia de Covid, así como la polémica que rodeó al actor protagonista Armie Hammer. No obstante, el resultado fue tan aleccionador que parece sorprendente que haya rodado una tercera película, A Haunting in Venice. Más sorprendente aún es que no se haya utilizado para ello ninguna de las famosas novelas, sino La fiesta de Blancanieves, ahora también conocida como La fiesta de Halloween.
Pero incluso al verla, probablemente habrá una o dos caras irritadas. Los conocedores de los libros de la reina del crimen, por ejemplo, se llevarán una gran sorpresa. El motivo de la fiesta de Halloween sigue ahí, el hecho de que alguien en la fiesta diga haber sido testigo de un asesinato también se mantiene. Por lo demás, la novela de Christie ha sido completamente reescrita, incluso la resolución es diferente. El motivo de la sesión de espiritismo tampoco existía allí. En este punto, parece que uno se inspiró más bien en La última sesión un cuento publicado en 1933, en el queun médium debe ponerse en contacto con la hija fallecida de una mujer. Eso es lo que también ocurre en A Haunting in Venice. Este motivo sobrenatural es una rareza para el autor inglés, que por lo demás trabajaba sobre todo con misterios terrenales.
Pero Branagh va un paso más allá. No sólo acepta con gratitud el motivo de los fantasmas, también escenifica el tema como si la película fuera un título de terror y no sólo en la escena de la sesión de espiritismo, sorprendentemente emocionante y dinámica. El director norirlandés también muestra un inesperado talento para este género en otros momentos, cuando la mansión de la anfitriona, que ha sido condenada como casa encantada, parece desarrollar vida propia. Esto se debe en gran parte a la ambientación atmosférica. Al igual que en Muerte en el Nilo, ésta es siempre, de algún modo, artificial. Sin embargo, a diferencia de aquella, aquí contribuye a crear una atmósfera irreal. Esto se ve reforzado por las perspectivas idiosincrásicas que el cámara Haris Zambarloukos (Meg 2: The Deep) adopta repetidamente y que a veces pueden hacer perder la orientación.
También merece la pena ver la película como thriller. La resolución es sorprendente. Pero hay suficientes pistas intermedias para que no surja completamente de la nada al final. Un gran defecto, sin embargo, son las escenas de interrogatorio, como suele ocurrir en las historias con Hércules Poirot. En las novelas no molestan demasiado, en las películas, sin embargo, estas escenas suelen ser aburridas. Lo mismo ocurre en Misterio en Venecia, donde la acción apenas avanza durante mucho tiempo. De vez en cuando surgen sorpresas, pero no siempre, a menudo todo se alarga y la curva de suspense se aplana notablemente. Por lo demás, la tercera entrega es claramente superior a su predecesora y, gracias a las puestas en escena antes mencionadas, incluso la más interesante de las tres películas. El placer se ve redondeado por el conjunto, que quizá no destaque tanto como en las otras dos adaptaciones, pero que sigue haciendo un buen trabajo.