Reseña a "Firebrand" de Karim Aïnouz con Alicia Vikander y Jude Law, selección oficial del Festival de Cannes 2023.
Si hay alguien que necesita ser deconstruido, es Enrique VIII. En Firebrand su tema central es Katherine Parr (Alicia Vikander), la sexta y última esposa del Barba Azul inglés, que le sobrevivió milagrosamente a pesar de una conspiración judicial y una orden de arresto por herejía. Con los ojos empañados de pintura flamenca, el director brasileño Karim Aïnouz (ganador del premio Una Cierta Mirada en 2019 por La vida invisible de Eurídice Gusmão), la cuenta como una heroína política en la sombra, defensora del derecho del pueblo inglés a la autodeterminación y dispuesta a todo para utilizar su condición de reina consorte para hacerlo realidad ("¿de qué sirve ser reina si no tengo el valor de defender aquello en lo que creo?").
Incluyendo avivar la furia del ogro, en el fondo, Firebrand es una película de miedo bastante buena, en la que cada aparición del rey psicópata sirve de pretexto para clímax estresantes dignos de una película de mafiosos. Jude Law sobresale en la tarea, mordaz y enfermizo, sorprendentemente a gusto bajo su gran barriga floreciente.
La última esposa del rey Enrique VIII se convierte en el centro de atención de Firebrand, un drama de acción lenta que no genera mucho calor. Alicia Vikander está meticulosamente contenida en el papel de Katherine Parr, que se enzarza en una sutil batalla de voluntades con su temperamental marido, interpretado por un Jude Law agradablemente odioso. El debut en lengua inglesa del director brasileño Karim Ainouz tiene un aspecto suntuoso y una silenciosa escalada de tensión una vez que Parr reconoce que el suelo se mueve bajo sus pies. Pero el sombrío enfoque tiende a ser demasiado estudiado y no logra captar el drama de una reina que se atrevió a desafiar a su marido y, a diferencia de sus predecesoras, sobrevivió a su tiranía sin perder la corona ni la cabeza. Esta reina sigue siendo un poco opaca, su vida interior nunca se enfoca con nitidez.
Firebrand representa la sexta vez que Ainouz forma parte de la programación de Cannes, aunque éste es su debut en Competición. Su extraña dinámica es lo más interesante de la historia. Aquí tenemos a una reina decidida a sobrevivir y que, literalmente, brinda por la futura muerte de su marido. Firebrand parece a veces un thriller, pero el asesino, el monstruo, no tiene que esconderse en las sombras ni ponerse una máscara, sabe perfectamente que sus víctimas no tienen dónde ir.
O al menos, así era antes. Ahora, el hombre está enfermo y su pierna supura pus. El Enrique VIII de Law está ya tan enfermo que a veces resulta casi horrorosamente divertido: un zombi que sigue reclamando toda la atención y, obviamente, declaraciones de amor. No hay nada de vanidoso en esta interpretación, con el otrora poderoso hombre reducido a una furiosa bola de carne putrefacta, es paranoico, imprevisible, cruel. Irónicamente, se siente vivo.
El problema es que aquí no hay ningún equilibrio, ya que Law se esfuerza al máximo y Vikander hace todo lo posible por desaparecer, su personaje de Parr esconde tan bien su verdadera personalidad que es fácil olvidar que la tiene. Carece de defectos: es amable con sus hijastros, incluida Elizabeth, y con los animales pequeños, hasta comprende las luchas de la gente corriente. Está claro que los guionistas de la película quieren reivindicarla como una heroína olvidada con claras ambiciones. Lucha contra un obispo que no ve la hora de quemarla en la hoguera, como a cualquier otra bruja, y es un poco aspirante a revolucionaria: amiga de Anne Askew, más tarde condenada como hereje. Pero, aunque todo es muy elegante y apropiado, con exuberantes atuendos de época combinados sin problemas con un mensaje políticamente correcto, no resulta tan atractivo.
A pesar de las texturas de la historia que Aïnouz tiene que explorar,Firebrand se mueve en una sola longitud de onda, con un tono que rara vez se aleja de la melancolía. Tampoco ayuda el hecho de que el guión de Jessica y Henrietta Ashworth sea un soso festival expositivo tan fascinante de diseccionar como un especial de Enrique VIII del Canal Historia. El error más atroz de todos es el desconcertante final de la película, que intenta vestir no sólo el reinado de Catalina sino también el de la reina Isabel I con ropajes de jefa feminista. El guión de los Ashworth aborda la época de los Tudor con una óptica feminista, tratando de construir a las mujeres de la época como ´no definidas por los hombres o la guerra`. Es un enfoque frustrante y reduccionista, que ignora deliberadamente que lo que quizá hace tan interesantes a estas mujeres de la realeza es cómo se desenvuelven en un club exclusivo y patriarcal que limita a las mujeres a su capacidad de dar a luz.