Reseña al filme frances "Athena" de Romain Gavras, con Dali Benssalah, Alexis Manenti, Anthony Bajon, Karim Lasmi, Radostina Rogliano.
Tras la muerte de un joven de origen argelino llamado Idir y la difusión de un vídeo que parece señalar a unos policías como responsables del asesinato, se desata el infierno en el barrio parisino de Athena; al frente de la revuelta está Karim, hermano mayor de Idir que es el tercero de cuatro hermanos. El hijo mayor, Moktar, por su parte, es un traficante de drogas que hace negocios en el lugar, mientras que Abdel, que es soldado, regresa del frente para intentar esclarecer lo sucedido y sofocar una revuelta que parece destinada a terminar en tragedia.
La nueva película de Romain Gavras se abre con una espectacular secuencia de planos de una comisaría saqueada por el joven asesinado. Karim (Sami Slimane), el líder de la rebelión, es hermano de Idir, pero también de Abdel (Dali Bensalah), el soldado que tratará de razonar con él. Durante más de una hora, el director plantea la tensión entre unas fuerzas policiales anticuadas y unos adolescentes dispuestos a todo para vengar a uno de los suyos. Hasta el punto de cometer lo impensable, lo irreparable: "vamos a hacer una revolución", dice Karim, el más ferozmente convencido de lo correcto de su causa. A medida que se desarrollan las luchas, se hace una película sobre una Francia que ya no sabe a quién creer, a quién escuchar. Aquí se burlan de BLM y de las redes sociales "porque sabemos que lo que dicen es una mierda".
Todo el mundo sueña con ser un héroe antes de esconderse miserablemente en un sótano o bajo los escudos de la policía. Poco a poco, el cineasta se desliza hacia la tragedia griega -a veces con fórceps, utilizando la música de forma muy pesada- al concentrarse en el hermano roto, desgarrado. El director no elige estar en el lado correcto o equivocado. Por el contrario, es en la ambivalencia de las elecciones de sus personajes, en las vacilaciones y los enfados de estos cuatro hermanos que no se conocen bien, donde Athena desafía con violencia y virulencia. Al final, Romain Gavras se impone como un indicador de alarma: es fácil que todo un país caiga en burdas trampas y se hunda en la locura destructiva. La película nos lo recuerda aquí como un puñetazo en la cara de una nación al borde de la implosión.
Una vez restablecidas las convenciones canónicas de estructura, narración y estética, el director opta por apretar el acelerador desde todos los puntos de vista: el de la acción, el de la emoción y del estilo. La intención es adaptar una situación propia de una tragedia griega al malestar social contemporáneo en Francia, la nación europea más afectada en los últimos tiempos por actos violentos de terrorismo y violencia social. En el centro de la historia, tal y como lo quería Sófocles, está una familia desgarrada por conflictos internos y dividida por las circunstancias; en el fondo, sin embargo, está el polvorín de un barrio que simboliza a toda Francia, listo para explotar en cuanto se encienda la mecha adecuada.
Esta no tarda en llegar en forma de trampa tendida a los alborotadores destinados a disfrutar del momento embriagador del éxtasis revolucionario y del posible contragolpe ante la abrumadora fuerza policial. Aunque coescrita con Ladj Ly, la película de Gavras difiere notablemente de Los Miserables: donde esta última se esmera en hacer un retrato creíble y meticuloso de la dinámica interna de la banlieue en llamas, Athena deja de lado la lógica para entregarse definitivamente al patetismo, en una cabalgata de lágrimas, sangre y acción, en la que el espectador no debería tener tiempo ni de pensar.
Gavras no tiene miedo al exceso, al espectáculo, ni al poder de las imágenes. Muñecos hacia atrás que se convierten en panorámicas del escenario bélico, acompañados de una música de fondo de rara pomposidad; subjetividades asfixiantes por el continuo temblor de la cámara; y así sucesivamente, enumerando todos los expedientes que pueden saturar el deseo de emociones fuertes. En la consecución de su objetivo, con un énfasis digno de Zack Snyder, Gavras deja atrás los matices y las pizcas, junto con el amor por aquellos detalles que puedan facilitar el proceso de identificación.