“Para mí una película es algo más que una historia, es contar una experiencia”, Wong Kar Wai
Hay muchos tipos de películas como hay muchos tipos de personas cinéfilas o simplemente espectadoras.
Y hay películas que una espera con tranquilidad y otras con ganas, mientras lees y escuchas cosas sobre ellas y, al mismo tiempo, piensas si no estarás sobredimensionando las expectativas. Llegando a lo que quiero contar, hay películas, que cuando las ves te generan incomodidad, y eso es justo lo que me ha ocurrido a mí con las dos últimas vistas en pantalla grande. Y quizás escribiendo sobre ellas logre volver a completar mi cabeza después de que estas historias me la hayan volado.
Promising Young Woman (Emerald Fennell); nos cuenta la historia de Cassie, una mujer joven que parece tener una vida normal y que en su otra vida nocturna busca, quizás de una forma romántica, hacer justicia o vengar a su mejor amiga por algo que le sucedió en la universidad; no es solo una película de venganza, más bien es de amistad, de lealtad, de hermandad.
Y es esta doble vida y sus intenciones las que me hacen sentir incómoda, porque inmediatamente siento empatía por ella y su relato, la entiendo, quiero acompañarla en la cacería, ya que todo me parece justo, necesario y, en algunos momentos, normal. Mi parte racional sabe y piensa que algunas de las cosas que hace Cassie no están bien, y no solo, es que a ella no le hacen bien, puede que momentáneamente sí, pero ella y yo sabemos que no es así.
En medio de esta tormenta emocional que dura hasta muchos días después de haber salido del cine, una es consciente que gran parte de la historia que acabamos de ver es real, tanto, que duele. Que el machismo existe, que hay hombres que piensan que una mujer borracha es fácil o pide a gritos que la violes, que hay hombres que se aprovechan de esa situación. Y que hay una cultura y una justicia que piensa que el hecho de que una mujer beba, exime a los hombres de la responsabilidad de sus actos y a sus cómplices de la necesidad de denunciarlos o al menos cuestionarlos. También que hay mujeres a las que su nivel de vida les hace preferible no cuestionar ni cuestionarse hasta que la propia vida te pone frente una situación y eso es algo que nos ha pasado a muchas, lo de sentirnos acosadas y lo de mirar para otro lado.
La película, que yo creo es oportuna, tragicómica y feminista, juega con mis emociones, para lo que emplea también una extensa gama de colores y una buena banda sonora y, por supuesto, juega con mis (benditas) contradicciones, hasta el final. Porque el final, que no desvelaré, es muy acorde con la película. Y no, no es un final feliz, porque la vida, muchas veces, no lo tiene para muchas mujeres, demasiadas.
Y, aun así, podemos bailar.
Druk (Thomas Vinterberg); nos cuenta la historia de cuatro amigos profesores que en una cena de cumpleaños deciden hacer un experimento sociológico y vital que consiste en tomar cada día una cantidad de alcohol que se considera normal, e intentar que su vida siga con normalidad y, según ellos, mejorada; ambas cosas al mismo tiempo.
La película transcurre en Dinamarca y quizás pueda parecer una justificación, en realidad cualquier, en cualquier lugar, puede intentar hacer lo mismo. Y, cuando las cosas no salen como esperas y el experimento deja de ser gracioso, es que la historia empieza a incomodar porque podría ser la historia de una misma en algún momento de su vida.
¿Quién no ha salido de fiesta y ha bebido hasta perder el control? ¿Quién no ha estado dos o tres días de fiesta seguidos? ¿Quién, en estas circunstancias, no ha presumido de tener el control? Yo no he sido muy bebedora, de hecho, no lo soy, aunque si he tenido mis días de gloria y de sentirme poderosa por desinhibida, he querido ser la gran Rocío Jurado en un karaoke, he imitado a Mónica Naranjo subida en una mesa de billar con taconazos, y también me vuelvo más cariñosa cuando bebo, o cuando bebía. De una manera extrañamente real, la película nos pone frente a nuestro yo con unas copas de más y quizás ya no nos guste tanto lo que vemos, aunque hayamos sabido parar.
Beber a diario una cantidad determinada de alcohol, que se va incrementando, es una enfermedad y se llama alcoholismo; las consecuencias de hacerlo son terribles para nosotros, para nuestras familias y nuestro entorno más cercano, de una manera a veces irreversible.
Hay una escena en la película que para mí es la más terrorífica: un profesor anima a un alumno a beber algo de alcohol antes de hacer un importante examen y que se sienta con fuerzas para afrontarlo. El editor de esta página, Rubén Peralta, describe esa escena en su crítica como “absolutamente divertida y deliciosa” y que yo leí después de haberle dado mi opinión sobre ese momento. Discrepo de él y lo hago porque yo a esa escena le puse contexto: imaginé que ese alumno es uno de mis sobrinos y me dio pavor. Un profesor que hace esa sugerencia no es un buen profesor y quiero pensar que ninguno lo hace, tampoco en Dinamarca. De hecho, le había pedido a mi sobrino D. que viniera conmigo a ver la película y no pudo, ahora me alegro mucho que no lo hiciera, porque justo anda con una asignatura atravesada y desanimada y ¿quién sabe qué le hubiera sugerido esa escena? Hay muchas formas de ayudar a los estudiantes y ninguna es incitarlos a beber alcohol, bastante lo hacen por libre.
La película tiene un final tan luminoso que una sale del cine con ganas de tomarse unas copas y de no volver a beber nunca más (sí, de nuevo las contradicciones), y pensando cuántas veces me habré visto así y que suerte que solo estuvieran cerca mis amigos y no millones de espectadores.