En un mundo donde una estrella de televisión se convierte en presidente de los Estados Unidos, y donde exhibir símbolos de riqueza, poder y estatus en todas las redes sociales se convierte en el modelo para millones de personas, pareciera que nuestros valores como seres humanos van desapareciendo. Durante los últimos 25 años, la fotógrafa y cineasta estadounidense Lauren
Greenfield se ha centrado en el dinero, la riqueza y las personas que desean vivir en abundancia.
Después de estudiar la antropología visual, Greenfield utiliza el lente de su cámara para presentar una versión diferente del "sueño americano", mostrado desde la óptica de las personas cuya aspiración está determinada por un materialismo sin límites.
El estilo de Greenfields presenta un contenido de narrativa densa y entretenida, mostrando el antes y el después de personas que fotografió al inicio de su carrera, mostrando sus aspiraciones para movernos en el tiempo y aterrizar en el presente y ver que han conseguido..
En un “momento” de responsabilidad social, Lauren se describe a sí misma como parte de la cultura cuando prepara un gran proyecto de recopilación de fotografías para luego presentarla en una exposición y posterior en un libro. Con 25 años de experiencia laboral y un ojo fotográfico preciso que muestra un significado diferente de la opulencia, Greenfield sabe a qué engranaje debe recurrir. Su puesta en escena es una combinación calculada de miedo y promesa de salvación, que, además, retrata a su familia como un modelo de tradicionalismo positivo. La directora comparte este difuso anhelo con sus protagonistas que obstinadamente quieren la familia perfecta, o al menos la fachada familiar perfecta. “Fingir hasta que lo hagas” (Fake it until you make it), y solo se salva su entorno, convenientemente.
Una y otra vez la película alterna secuencias entre la vida privada de la fotógrafa, como una madre de dos hijos, la hija de una psicóloga y con una pluralidad de fotografías que hizo a lo largo de sus años de trabajo. Nos presenta entrevistas con personajes como Florian Homm, quien huyó después de la caída de la bolsa en 2007 de los EE.UU., con la ex actriz porno Kacey Jordan, y con Jackie Siegel, conocida por la película anterior de Greenfields Queen of Versailles (2012). Se le suman a estos, un sinnúmero de otras figuras, todas conectadas con un solo propósito, todos quieren más: más dinero, más belleza, más éxito, más consumo.
Pero, ¿a dónde va la película cuando la desesperanza es parte del camino desde el principio? En ningún momento Greenfield da la ilusión de que el filme puede hacer más que transmitir una triste impresión y ser más que una fotografía conocida de algo más de 100 minutos de duración, sin poder ofrecer respuestas, a lo sumo hace que los problemas sean visibles. La voz narrativa de Greenfield continúa comentando sobre la película, tratando de unificar todos los diferentes personajes y pistas que acompañan y retoman.
Pero al final hay una falta de unidad, una falta de observación aguda, una visión apropiada y una conclusión en la que vemos cual es la propuesta y visión de la cineasta. Falta lo que Roland Barthes llamó el ‘’punctum’’ en su estudio de la fotografía. En el transcurso de la película y en su constante búsqueda de expansión del núcleo de los males de nuestro tiempo, se puede desarrollar cada vez menos una perspectiva original. Pocas veces la película tiene éxito en esa mirada asombrada en un mundo de abundancia y todos aquellos que fracasan en este mundo. Al final creo que eso es lo que quiere ser criticado.
Después de todo, Generation Wealth adopta gestos demasiado convencionales, buscando empatía incluso para personajes como el mencionado Florian Homm, y relatando concienzudamente toda una serie de historias de purificación personal. El pathos de la renuncia, con el que se cierra la película, es para establecerse solo entre la ira y la locura. Sin embargo, el mérito de “Generation Wealth” es que despierta aún más interés en las fotografías de Lauren Greenfield que en su trabajo como documentalista.
Su película presenta a los excéntricos personajes como fantasmas patéticos, plagados de Hamartia, con la arrogancia de Icarian y las manos de Midas. Una especie de Reality TV con pinceladas de tragedia griega. El discurso petulante sobre los excesos extremos del capitalismo es innegablemente divertido, pero difícil de esclarecer. Al igual que sus protagonistas, el director fetichiza la superficialidad y olvida la sustancia. Nos hace sentir como si nosotros, los que vemos, estamos bien y ellos, que están allí, están mal y son ridículos, sin darnos cuenta que todos estamos en la misma burbuja, solo que no hemos estado expuestos a ese infierno, bueno, si tienes una cuenta de Instagram, es posible que sí.