martes, mayo 20, 2025
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Cannes 2025: ‘The Phoenician Scheme’ de Wes Anderson — El negocio familiar de la redención.

En el universo simétrico, miniaturizado y exquisitamente controlado de Wes Anderson, la familia siempre ha sido la fuerza gravitacional más poderosa: una constelación disfuncional donde giran padres ausentes, hermanos distantes e hijos desesperados por ser vistos. Pero en The Phoenician Scheme, su película más caótica y violentamente lúcida hasta la fecha, esa órbita familiar colapsa en una supernova de bombas, traumas heredados y herencias disputadas. Anderson, que nunca ha temido rozar lo grotesco con una sonrisa de porcelana, se lanza aquí a una sátira frenética que mezcla capitalismo salvaje, política internacional de opereta y melodrama espiritual en un relato donde la redención no llega sin estallar primero.

El motor narrativo de esta fábula andersoniana es Anatole “Zsa-zsa” Korda (Benicio del Toro, sibilino, corpóreo, casi mitológico), un magnate europeo de mediados del siglo XX suspendido entre el modelo de Aristóteles Onassis y el exceso megalomaníaco de un villano bondiano. Desde el primer minuto, con una escena aérea que parece coreografiada por el Wes Anderson más dark (y que, curiosamente, recuerda al prólogo de The Dark Knight Rises), el director nos deja claro que esta vez los fuegos artificiales serán reales: una bomba parte a un hombre en dos, las granadas se reparten como souvenirs y los ataques con flechas desde balcones renacentistas son parte del desayuno familiar.

Zsa-zsa es el tipo de patriarca que ha sobrevivido a seis accidentes de avión, tres esposas muertas y una prole de nueve hijos varones que apenas ve, confinados en un ala de su mansión como si fueran una legión de herederos sin causa. A excepción de una: Liesl, su única hija, a quien envió a un convento años atrás, movido por la sospecha de que no era suya, sino fruto de una traición fraternal. La chispa que enciende The Phoenician Scheme es el deseo tardío de Zsa-zsa de redimirse y recuperar a Liesl, justo cuando se enfrenta a la posibilidad de perderlo todo —dinero, legado, alma— en una última cruzada empresarial por el desierto de la ficticia Gran Fenicia, ese país que parece surgir entre los márgenes de Zubrowka y Marruecos, influenciado por Stefan Zweig y las enciclopedias de geografía de los años cincuenta.

Benicio del Toro interpreta a Korda con una mezcla de impenetrabilidad y melancolía, como si fuera un lobo de Wall Street vestido de dandi vienés, rodeado de asistentes armados, revolucionarios de modales impecables y una hija que le lanza miradas más filosas que cualquier misil. Esa hija, Liesl, está interpretada por Mia Threapleton —hija de Kate Winslet— con una economía expresiva que eleva cada línea de diálogo. Su rostro, tan parecido al de su madre, añade una capa simbólica al relato sobre herencia y linaje que recorre toda la película. Liesl no quiere dinero. Quiere la verdad, o al menos justicia. Quizá ambas.

A lo largo de una odisea empresarial en la que padre e hija recorren trenes blindados, aviones en llamas, hoteles imperiales y clubes nocturnos al borde del levantamiento armado, Anderson construye una película que en forma es más lineal que Asteroid City, pero en fondo más densa que The Grand Budapest Hotel. Aquí se cuece un enredo de negocios turbios, políticos corruptos y consorcios internacionales que apuestan en partidos de baloncesto surrealistas. Todo eso, claro, sin abandonar el diseño de producción milimétrico de Adam Stockhausen, los travellings mecánicos, el encuadre central y los gags verbales escritos con compás.

Pero debajo del esmalte —y pese a su tempo frenético— hay una historia de arrepentimiento disfrazada de comedia de aventuras. Como un Tintín que ha pasado por terapia freudiana, Zsa-zsa se enfrenta al juicio literal y figurado de su alma (escena que incluye a Bill Murray como una suerte de Dios contable en el más allá), mientras intenta ganarse el amor de Liesl y cerrar el trato que salvará su imperio financiero… o lo hundirá para siempre. La tensión entre esas dos misiones —la transacción comercial y la redención emocional— es lo que mantiene a flote la película cuando sus múltiples tramas amenazan con dispersarse.

Michael Cera, como el entomólogo noruego Bjorn, enamorado de Liesl y obsesionado con los insectos, aporta una dosis de absurdo encantador. Riz Ahmed, armado con un cañón sobre una vagoneta, y Scarlett Johansson, como la prima operadora de una represa inconclusa, enriquecen un reparto que parece un desfile carnavalesco de cameos. Pero por momentos, el desfile se siente agotador. Hay secuencias —como el partido de baloncesto entre Zsa-zsa y un par de magnates californianos interpretados por Tom Hanks y Bryan Cranston— que, pese a su brillantez visual, resultan innecesariamente largas, repitiendo bromas sin la economía narrativa habitual del director.

Es en esos baches donde The Phoenician Scheme revela su talón de Aquiles: su ambición estética y narrativa, aunque admirable, termina por asfixiar su núcleo emocional. La complejidad de la estructura y la sobreabundancia de gags eclipsan la evolución del vínculo padre-hija, que queda atrapado entre escenas diseñadas para robar carcajadas o provocar memes. A diferencia de Moonrise Kingdom o The Royal Tenenbaums, aquí la ternura aparece en ráfagas, no como río subterráneo.

Y sin embargo, cuando esa ternura aparece, es desarmante. Anderson sigue siendo un maestro en encontrar belleza en lo absurdo. El plano final, con Zsa-zsa y Liesl compartiendo un momento en silencio tras todo el estruendo, nos recuerda que la familia —ese concepto que lo abarca todo y lo explica todo— es el verdadero negocio que intentamos mantener a flote, incluso cuando todo lo demás se desmorona. “Planificar no importa —dice Zsa-zsa—, lo que importa es la sinceridad de tu devoción.” Una frase que, en otra película de Anderson, habría cerrado el círculo con perfección. Aquí, llega con un dejo de ironía: The Phoenician Scheme está tan obsesionada con su planificación que olvida, por ratos, dejar espacio para la devoción.

Aun así, es una obra con corazón, aunque esté oculto tras una granada de mano cuidadosamente embalada. Y si no es la mejor película de Wes Anderson, es posiblemente la más sucia, caótica y —en su propio estilo barroco— humana.

Ruben Peralta Rigaud
Ruben Peralta Rigaudhttps://cocalecas.net
Rubén Peralta Rigaud nació en Santo Domingo en 1980. Médico de profesión, y escritor de reseñas cinematográficas, fue conductor del programa radial diario “Cineasta Radio” por tres años, colaborador de la Revista Cineasta desde el 2010 y editor/escritor del portal cocalecas.net. Dicto charlas sobre apreciación cinematográfica, jurado en el festival de Cine de Miami. Vive en Miami, Florida.

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