En el documental Slauson Rec, el actor Shia LaBeouf intenta redimir su figura pública a través del arte comunitario. Lo que empieza como una noble iniciativa de teatro gratuito en el sur de Los Ángeles, se transforma progresivamente en el retrato íntimo de una figura colapsando bajo el peso de su propio ego, su trauma y su carisma destructivo.
Dirigido por Leo Lewis O’Neil —antiguo participante del taller y cronista involuntario del proceso— el documental recopila más de dos años de metraje para revelar el auge y la decadencia del Slauson Rec Theater Company, desde su concepción altruista en 2018 hasta su desintegración durante la pandemia.

Desde el inicio, LaBeouf se presenta como una figura mesiánica. Carga con intensidad cada ejercicio, monólogo y mirada como si el futuro del arte dependiera de ello. Su energía, hipnótica y performativa, lo convierte en un centro gravitacional para un grupo mayoritariamente joven y marginado que busca un espacio de pertenencia y expresión. Pero pronto, ese mismo magnetismo se vuelve tóxico: los talleres devienen campos de batalla emocionales y físicos, donde las dinámicas de poder y manipulación reemplazan cualquier noción de proceso creativo saludable.
A través de la lente de O’Neil, la película abandona el retrato de una comunidad unida por el arte para convertirse en una suerte de verité del abuso disfrazado de genialidad. Las escenas donde LaBeouf grita, humilla o agrede verbal y físicamente a los participantes son tan reiteradas como inquietantes. Lo que más perturba no es solo la intensidad de su comportamiento, sino la forma en que el documental lo captura con aparente fascinación.
A pesar de su tono incómodo y su duración excesiva (dos horas y media que podrían haberse condensado con mayor claridad narrativa), Slauson Rec ofrece un registro involuntariamente poderoso de la descomposición emocional y social que marcó los primeros años del COVID-19. La sensación de aislamiento, la búsqueda desesperada de propósito, los intentos de reinventarse… todo eso está presente aquí, canalizado a través de un proyecto artístico que jamás termina de encontrar su forma.
En ese sentido, el documental funciona mejor no como testimonio de un artista caído, sino como artefacto sociológico. No se trata solo de LaBeouf, sino de una época en la que muchos intentaron construir sentido en medio del caos, y fracasaron estrepitosamente.
El último acto del filme ofrece una entrevista actual con LaBeouf, ya padre de familia y viviendo en una casa pulcra y estable junto a Mia Goth. Se disculpa. Reflexiona. Reconoce su “complejo de dios”. Pero todo está empaquetado con elocuencia y precisión, como si estuviera interpretando el papel de su vida: el de hombre reformado. Uno se pregunta, con razón, si ese es el acto final de una narrativa de relaciones públicas cuidadosamente orquestada.
El problema es que el documental, al permitirle cerrar la historia en sus propios términos, refuerza esa sospecha. Poco se dice de los miembros de la compañía que fueron víctimas de su maltrato. La redención parece ser exclusiva del abusador, no de quienes cargaron con las consecuencias.
Slauson Rec es, sin lugar a dudas, un documental imperfecto. Largo, redundante, desequilibrado en su enfoque. Pero también es un documento valioso, en tanto permite observar sin filtros el daño que puede causar el culto al artista torturado y la peligrosa seducción del carisma sin contención.
Es una película que incomoda, y en eso reside parte de su mérito. No ofrece respuestas fáciles ni moralejas edificantes. Solo un espejo roto, que refleja tanto a Shia LaBeouf como a un público cómplice de su caída.