¡Te están buscando, matador!
Hace muchos años cuando estudiaba cine, un gran docente nos preguntó, a mis compañeros de clase y a mí, cuáles creíamos que eran las grandes diferencias entre la ficción y el documental. Después de tirar un sinfín de respuestas erróneas, el sabio contestó: «A menos que consideremos el pago a los actores…no hay diferencias. La presencia de la cámara ya crea una realidad alternativa, dónde el cine es un ojo que lo ve y transforma todo».
Creo que pocas películas recientes me han hecho reflexionar esto como Tardes de Soledad, la película que le otorgó la Concha de Oro del Festival de San Sebastian a su director, Albert Serra.
El documental es un retrato de una figura de la tauromaquia en activo, el peruano Andrés Roca Rey (algo así como el Lionel Messi del ambiente), que nos muestra la experiencia íntima del torero pasando por todos sus rituales: la preparación, el vestir, el cara a cara con el animal y finalmente, el post de todo el asunto.
Serra no es tonto y sabe la polémica que envuelve al asunto. En días en los que los activistas por los derechos de los animales están más fuertes que nunca, tanto en España como el resto del mundo, el director decide mostrar de forma directa, acrítica y sin ninguna concesión, todo lo que envuelve el entorno de las corridas de toros. Su cámara nunca se hace «presente» en el relato, no tiembla siguiendo al carismático Roca Rey, no lo entrevista ni lo cuestiona. Simplemente está hipnotizada por él, así como lo está el toro con la muleta roja.
Si el gran cine no es más que un conjunto de imágenes y sonidos poderosos, Tardes de Soledad está sobrada de ambos elementos: la sangre brotanto a borbotones del lomo del animal; las continuas señales de la cruz y los besos al rosario por parte del matador; las arengas y adulaciones del séquito de Roca Rey, todo lo referido al ritual de la vestimenta, con especial énfasis a lo homoerótico del asunto, cuando el torero se «acomoda» su pene en la calza para crear un bulto más grande; el toro agonizando deslenguado mientras persigue un pedazo de tela; la mirada de concentración asesina en el rostro ensangrentado de Roca Rey; el «ole» del público, el gran premio y muestra de apreciación y prestigio que se gana el toreador en la plaza. Solo algunos ejemplos de lo memorable que saca Serra del perturbador espectáculo.
Una mente brillante me dijo una vez que, sacando gustos y preferencias personales, las mejores películas son «las que tiran el cine para adelante». Las que son «nuevas», ya sea desde lo narrativo, técnico o desde la perspectiva que se le da al todo.
Tardes de Soledad es una de esas películas. Un oasis audiovisual hecho con (y desde) la sangre.