Todos Somos Sátiros
Debo confesar que no me interesan mucho los primeros 30 o 40 minutos de Miséricorde, la última película del siempre polémico Alain Guiraudie. Encuentro a todo el asunto muy parecido a la todavía genial Teorema, de Pasolini, que ya fue plagiada hace un año y medio en la espantosa Saltburn, más allá de lo popular que se volvió dentro de las cuentas de varios tiktokers descerebrados.
Para mí suerte y alegría, todo eso cambia en una segunda mitad (más precisamente, en la escena de la foto en la portada) volcada hacia una comedia tan negra, irreverente y anárquica que uno solo puede reírse y seguirle el juego a Guiraudie.
Jérémie regresa a su pueblo natal para asistir al funeral de Jean-Pierre, antiguo jefe suyo en la panadería locaal. Por nostalgia, aparentemente, decide quedarse unos días en casa de Martine, la viuda. Pero un violento encuentro, un amigo que se transforma en amenaza y el peculiar sacerdote de la zona, van a hacer que la en principio breve y tranquila estadía de Jérémie tome un giro inesperado.
Todos aquellos que vimos L’Inconnu du lac siempre lo tuvimos como un raro talento a Alain Guiraudie. Pocos habían retratado el sexo de forma tan gráfica y visceral como en aquella cinta.
Miséricorde conserva el poderoso sujeto que es el deseo, pero da un giro de 180° que convierten a la película en una de las comedias más estrambóticas de los últimos años. Voy a intentar no arruinarle nada a ningún espectador, pero existen dos escenas con el lascivo sacerdote interpretado por Jacques Develay, que no creo que abandonen mi memoria próximamente. Lo mismo con el retrato que se le da a la policía de la campaña francesa. Un manjar buñueliano, prácticamente.
Así como Guiraudie patea el tablero convirtiendo el drama en comedia, convierte al pecado en virtud, el crimen en bondad y finalmente, el deseo en amor.
A sus 60 años, el indomable Alain logró su mejor película.
¿Qué podemos hacer nosotros más que desear…aún más?