Reseña «Snow White» de Marc Webb con Rachel Zegler, Gal Gadot y Andrew Burnap.
Blancanieves (Rachel Zegler) vive una infancia apacible bajo el cobijo de sus padres, nobles y bondadosos (Hadley Fraser y Lorena Andrea), cuyo reinado se guía por el bienestar del pueblo. Pero tras la muerte de su madre y la llegada de una nueva reina (Gal Gadot), la historia —como era de esperarse— da un giro oscuro. La nueva soberana es tan vanidosa como cruel; indiferente al sufrimiento de los demás, obsesionada con conservar su belleza, incluso si eso implica eliminar a su joven hijastra, cuya presencia amenaza con eclipsarla.
La princesa no está sola. Encuentra apoyo en Jonathan (Andrew Burnap), un ladrón con corazón de oro al que ayuda en apuros, y en siete peculiares compañeros que conoce en lo profundo del bosque. Son viejos conocidos, claro, pero aquí llegan reinventados, aunque no necesariamente para bien.
En tiempos donde el brillo de los remakes live-action de Disney ha comenzado a desvanecerse, el estudio aún apuesta por la nostalgia como salvavidas. Este año veremos dos reinterpretaciones: primero Blancanieves, luego Lilo y Stitch. Ambas han sido esperadas durante años, especialmente la primera. No olvidemos que Blancanieves y los siete enanitos fue la piedra angular del imperio Disney. Anunciada desde 2016, esta nueva versión parecía destinada a algo grande. Pero el entusiasmo ha sido contenido, en parte por la polémica que la ha acompañado.
Vayamos al elefante en la habitación: elegir a una actriz no caucásica para un personaje cuyo nombre alude explícitamente a la blancura de su piel ha generado debate. El guion intenta reinterpretar el título, aunque sin demasiada convicción. Lo irónico es que Rachel Zegler resulta uno de los mayores aciertos del film. Tiene presencia, carisma, y una voz que brilla en los numerosos (y a veces innecesarios) números musicales. En contraste, Gal Gadot, aunque físicamente encaja en el arquetipo de reina malvada, se pasea por la película con una sola expresión. Pero se le cree el desprecio, el veneno emocional, la frialdad: en eso, acierta.
La película oscila entre aciertos y desaciertos con la misma frecuencia con la que cambia de escenario. La Blancanieves de esta versión no es una damisela en apuros; participa activamente en su propia salvación. No es algo nuevo, pero sigue siendo bienvenido. El mensaje de cooperación —entre princesa, ladrón, enanos, animales y cazadores— refuerza una idea oportuna: sólo juntos podemos vencer al mal. En una era de divisiones, el gesto de amabilidad colectiva resulta conmovedor.
Un detalle entrañable es que Blancanieves aprende los nombres de todos, incluso de los que en otras películas serían apenas extras sin rostro. Ese acto de humanización, de otorgar identidad, evoca a historias como Mickey 17, donde el valor de cada vida, por insignificante que parezca, es fundamental.
Y sin embargo, pese a sus luces, esta Blancanieves no termina de deslumbrar. La película carga con el peso de declaraciones mal calculadas, controversias sobre la representación, llamados al boicot y debates externos que opacan lo que debería ser una experiencia cinematográfica mágica. En algunos tramos, la narrativa avanza de manera atropellada. A ratos, en lugar de profundidad, hay kitsch.
Y luego está la cuestión visual. El dilema de los enanitos —largamente discutido y rediseñado varias veces— desemboca en una solución digital que, aunque comprensible desde ciertos ángulos, resulta visualmente torpe. Los enanos generados por computadora son tan poco convincentes que ni siquiera aparecen en el material promocional. Otros elementos CGI tampoco logran integrarse con armonía: son cuerpos extraños en un mundo que debería sentirse encantado.
No, Blancanieves no es el desastre que algunos temían. Pero tampoco es el renacimiento que se prometía. Es una película atrapada entre dos espejos: uno que refleja la nostalgia de lo que fue, y otro que muestra las tensiones del presente. La pregunta final sigue en el aire: ¿quién es la más bella de todas? La respuesta, quizás, ya no importa tanto como antes.