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Critica a «Last Breath» (2025) de Alex Parkinson

Ruben Peralta Rigaud

Reseña a «Last Breath» de Alex Parkinson con Woody Harrelson y Simu Liu.

La obra de Alex Parkinson no es tanto una revelación como una afirmación: el cine de supervivencia, en su mejor versión, es un ejercicio de control formal, una coreografía entre la tensión dramática y la precisión técnica. En Last Breath, adaptación de su propio documental, Parkinson demuestra un dominio del espacio cinematográfico que lo sitúa dentro de la tradición de cineastas obsesionados con los límites físicos de sus personajes, desde Howard Hawks hasta James Cameron. La pregunta central de la película —¿cómo resistimos cuando todo parece indicar lo contrario?— encuentra su respuesta en la meticulosa disposición de su acción y en una puesta en escena que prioriza el procedimiento sobre la emoción.

Desde la secuencia inicial, en la que una cámara nos sumerge en la gélida oscuridad de la profundidad marina, Parkinson establece el tono: este es un cine de rigor físico, donde el peligro se manifiesta no a través de sobresaltos, sino de una construcción paulatina de inevitabilidad. La historia —una misión de mantenimiento submarino que se convierte en un desesperado intento de supervivencia— encuentra su fortaleza en la claridad con la que el director maneja su narrativa visual. En la tradición de The Wages of Fear de Clouzot o Gravity de Cuarón, la tensión no proviene del destino de los personajes, sino de la manera en que cada obstáculo se inserta dentro de un engranaje de precisión mecánica.

La estructura del film —dividida entre la claustrofobia del fondo marino y la urgencia a bordo del barco— refuerza la dicotomía entre lo humano y lo mecánico, entre la vulnerabilidad de la carne y la implacable indiferencia del entorno. Woody Harrelson, Simu Liu y Finn Cole componen un reparto funcional, aunque nunca dominante: en la jerarquía de Last Breath, el personaje principal es el sistema en el que operan. Este énfasis en la dinámica grupal sobre la individualidad es un rasgo distintivo de Parkinson, cuya mirada se sitúa más cerca de los ingenieros y técnicos que de los protagonistas heroicos.

Si algo separa a Last Breath de sus predecesoras en el subgénero, es su rechazo a la grandilocuencia emocional. En lugar de exaltaciones melodramáticas, la película se apoya en la fisicalidad de su acción, en los engranajes que fallan, en los cables que se tensan hasta el punto de ruptura. No es que Parkinson evite la emoción, sino que la somete a las reglas de su puesta en escena, una ética cinematográfica que lo sitúa en la línea de los autores funcionalistas de Hollywood clásico. Su dirección es precisa, económica, consciente de que el verdadero drama se encuentra en el proceso, no en el resultado.

Al final, Last Breath puede no sorprender en términos narrativos, pero su excelencia radica en la ejecución. Si el cine de supervivencia es un arte de la tensión y el control, entonces Parkinson ha demostrado ser un artesano competente, un director que comprende que el verdadero espectáculo del peligro no está en la estridencia, sino en la meticulosa acumulación de detalles. Hawks decía que un buen director es aquel que sabe qué no mostrar tanto como qué mostrar; Last Breath entiende esta lección a la perfección.

Acerca del Autor

Ruben Peralta Rigaud

Ruben Peralta Rigaud

Rubén Peralta Rigaud nació en Santo Domingo en 1980. Médico de profesión, y escritor de reseñas cinematográficas, fue conductor del programa radial diario “Cineasta Radio” por tres años, colaborador de la Revista Cineasta desde el 2010 y editor/escritor del portal cocalecas.net. Dicto charlas sobre apreciación cinematográfica, jurado en el festival de Cine de Miami. Vive en Miami, Florida.

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