Cellar Door, la nueva cinta de Vaughn Stein, es un enigma oscuro con la suficiente intriga para mantener al espectador atrapado en su propuesta inicial, pero desafortunadamente, pierde fuerza al intentar abarcar demasiados temas. La historia sigue a John (Scott Speedman), un arquitecto, y a Sera (Jordana Brewster), una profesora de matemáticas, quienes se mudan de la ciudad buscando un nuevo comienzo tras la pérdida de su embarazo. La pareja encuentra una mansión ideal a través de Emmett (interpretado por Laurence Fishburne), un personaje enigmático que les ofrece la propiedad con una condición peculiar: la puerta del sótano debe permanecer cerrada bajo cualquier circunstancia. La premisa recuerda a los cuentos de hadas prohibidos, donde la curiosidad es una trampa inevitable y las advertencias, por muy misteriosas que sean, despiertan sospechas y deseos ocultos.
Desde el primer encuentro con Emmett, el filme establece un tono inquietante que captura tanto la vulnerabilidad de la pareja como la promesa de peligro en el aire. Emmett no solo es un vendedor astuto, sino también una figura que parece conocer los secretos más profundos de sus posibles inquilinos. La química entre Brewster y Speedman es genuina, y juntos logran transmitir la desesperación y el anhelo de un nuevo comienzo que, con cada escena, se ve más amenazado por la presencia invisible del sótano y lo que sea que este esconda.
La narrativa de Cellar Door parece inspirarse en la historia de Barbazul, donde lo prohibido ejerce una atracción mortal. Aquí, el sótano y su puerta cerrada actúan como un símbolo de las dudas y secretos que acechan al matrimonio. John, incapaz de resistir la curiosidad, empieza a obsesionarse con el sótano, mientras que Sera trata de adaptarse a su nuevo entorno, ignorando el peso de la advertencia inicial. Este contraste entre la curiosidad de uno y la voluntad de olvidar del otro crea una tensión dramática que, en sus mejores momentos, mantiene a la audiencia alerta.
Pero, en última instancia, la película cae en su propio juego de expectativas no cumplidas. Aunque la ambientación y la historia inicial logran establecer un suspenso intrigante, la narrativa comienza a perderse en un mar de subtramas y temas que nunca terminan de cuajar del todo. Uno de estos ejemplos es la relación conflictiva de John con Alyssa, una trama que podría haber enriquecido la historia si se hubiera tratado con mayor profundidad, pero que termina siendo una distracción sin suficiente desarrollo.
El elenco hace un trabajo notable al transmitir las complejidades emocionales de sus personajes, especialmente considerando el material con el que cuentan. Speedman y Brewster logran darle vida a un matrimonio que parece frágil desde el principio, y su actuación permite que el público se identifique con su pérdida y su búsqueda de redención. Por otro lado, Fishburne destaca en su papel de Emmett, logrando que cada aparición suya esté cargada de misterio y ambigüedad. Emmett no es solo el benefactor extraño y generoso; es también una figura que encarna el peligro y la tentación.
Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, los personajes se ven limitados por un guion que no les permite explorar plenamente sus conflictos internos. La historia pide una gran suspensión de incredulidad: ¿una pareja educada aceptaría sin más una mansión gratuita con una condición tan extraña? Aun cuando Cellar Door intenta justificar esta decisión como una respuesta emocional a su tragedia, la falta de una base lógica afecta la verosimilitud de la narrativa. Es una lástima, porque esta debilidad narrativa socava las interpretaciones, dejando a los personajes a merced de una trama que exige mucho de la audiencia sin darles una recompensa satisfactoria.
En el aspecto visual, Cellar Door sobresale con una cinematografía que sabe aprovechar tanto la belleza como la opresión del entorno. Stein utiliza el espacio de la casa para jugar con temas de luz y oscuridad, creando una atmósfera claustrofóbica en la que la casa misma parece tener vida propia. La obsesión de John con el sótano se convierte en un símbolo de su lucha interna por descubrir aquello que se ha suprimido en su relación y en su vida. Sin embargo, esta poderosa alegoría termina diluyéndose en el último tercio de la película, donde los eventos se vuelven demasiado predecibles.
Uno de los puntos fuertes de Cellar Door es su capacidad para explorar los temas de pérdida y deseo de control. En la tragedia de John y Sera, la casa representa no solo una nueva vida sino también una fantasía de superación y olvido que, como toda fantasía, tiene un costo. Esta dualidad, aunque interesante, nunca se desarrolla completamente, y el resultado es una historia que oscila entre el terror y el drama psicológico sin comprometerse con ninguno de los dos.
Cellar Door es un thriller que promete más de lo que finalmente entrega. La premisa inicial es fuerte y establece un misterio que mantiene al espectador enganchado durante los primeros dos actos, pero el desenlace carece de la profundidad y la originalidad que el tema merecía. El guion escrito por Sam Scott y Lori Evans Taylor deja cabos sueltos y desperdicia oportunidades de explorar a fondo los conflictos internos de los personajes, especialmente en lo que respecta a la dinámica de la pareja y su lucha con la pérdida.
A pesar de las fallas en su narrativa, la película sigue siendo entretenida y visualmente cautivadora, gracias al talento de su elenco y a la dirección de Stein, quien sabe construir atmósferas inquietantes. Cellar Door es, en última instancia, una obra que explora el peligro de los deseos no resueltos y las verdades ocultas, pero que, como la puerta cerrada del sótano, deja mucho de su potencial sin abrir.