Brillante Princesa Obrera
Recuerdo que a finales de 2015, mientras terminaba mi proyecto de egreso de la escuela de cine, se me acercó uno de mis mejores amigos (el productor de la cosa) y me dijo riendo: "Che, un loco hizo una película con dos travestis y un iPhone". El comentario era triplemente gracioso. Primero, por lo chabacano del asunto. Segundo, por la referencia a la máxima de Jean-Luc Godard: "Lo único que se necesita para hacer una película es una chica y una pistola". Tercero, mi proyecto se estaba yendo fuera de control en términos de producción, y de haber llegado a rodarse, hubiera sido un caos digno de la filmación de Apocalypse Now.
El "loco" de la anécdota era Sean Baker y la película se llamaba Tangerine. De repente, todos los estudiantes de cine del mundo teníamos un nuevo héroe personal, un ángel de la guarda...y no es ninguna casualidad, creo, que la mayoría de los espectadores de la sala en la que vi el largometraje del que aquí escribo, eran jóvenes entre 18 y 25 años, probablemente estudiantes como yo alguna vez lo fui, y seguidores de la filmografía del "loco".
La trayectoria de Baker siguió en ascenso tras la llegada de otras dos muy buenas películas como son The Florida Project (2017) y Red Rocket (2021). Ambas, al igual que Tangerine, centradas en las vidas de trabajadores sexuales en la América moderna. Este 2024, el cineasta logra su consagración definitiva al ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes con Anora, su último comentario sobre "el oficio más antiguo del mundo".
El mejor crítico de cine que conocí, siempre me decía que para definir una obra maestra "había que esperar una generación", pero sin temor a ser prisionero del momento, me arriesgo a decir que Anora no es solo digna de la hipérbole, si no que es desde ya, un clásico moderno instantáneo.
Ani (ella no prefiere el nombre que titula la película), una joven prostituta neoyorkina, tiene la oportunidad de vivir un cuento de hadas cuando conoce e impulsivamente se casa con el hijo de un oligarca ruso. Cuando la noticia llega a Rusia, su sueño se ve amenazado, ya que los padres del muchacho parten hacia Nueva York, intentando conseguir la anulación del matrimonio.
Catalogada desde Cannes como "Pretty Woman en esteroides", dicha descripción puede aplicar a los primeros 40 minutos de Anora, narrados con una veracidad que hasta el propio Cassavetes envidiaría, pero la película muta imperceptiblemente (el montaje del propio director es impresionante a nivel rítmico) a lo que parece ser una mezcla de la comedia francesa Trois hommes et un couffin, con aquel genial episodio de The Sopranos que se titulaba "Pine Barrens". También se la comparó con el cine de los hermanos Safdie, especialmente Good Time y Uncut Gems, pero el principal padre influyente de la cinta, así como de casi todo cine norteamericano adulto en la actualidad, no es otro que Martin Scorsese. La Nueva York de Anora es la Nueva York que el italoamericano ha retratado en toda su filmografía, y en este caso, la película "madre" parecería ser aquella genial comedia kafkiana, nocturna y alocada llamada After Hours.
Hay que decirlo alto y claro: lo de Mikey Madison como Ani es sencillamente estelar. La actriz, quizás recordada por ser "aquella hippie de los Manson que termina rostizada" en Once Upon a Time in Hollywood de Tarantino, logra aquí una de las interpretaciones más icónicas que yo recuerde en estos últimos tiempos y lo único que espero, es que no quede encasillada en este rol por el resto de su carrera. ¿Qué decir del elenco secundario? Perfectos. Sobresalientes. Notables. Todos y cada uno de ellos. Desde el niño rico, tan idiota como divertido, que interpreta Mark Eydelshteyn, pasando por el anticuado lacayo armenio de Kerran Karagulian, hasta llegar al tierno y tímido Yura Borisov, los personajes de esta película están tan bien dibujados por el guion y la dirección de Sean Baker, que lo único que uno desea es llevarselos a todos a su casa.
Recuerdo que cuando vi Parasite por primera vez hace cinco años, estaba tan feliz y extasiado con lo que había visto, que llamé a uno de mis mejores amigos a las cuatro de la mañana. Lo mismo sentí esta vez. Las comparaciones con la obra maestra de Bong Joon-ho no terminan ahí, ya que tanto esta como aquella película, nos vuelven a meter en la lucha de clases y a la dialéctica entre ricos y pobres, ya que al final del día, ¿qué son Ivan y Ani más que un multillonario y una trabajadora sexual? ¿Un parásito y una sobreviente? ¿Un príncipe y una mendiga? De nuevo, lo mismo sentí esta vez, porque en esa sala hubo magia, rodeado de jovenes hambrientos por ver y hacer cine, sonriendo y largando carcajadas con casi todo lo que Baker (como Bong antes qué el), nos ponía en pantalla, solo para llegar a unos dolorosos y reflexivos últimos 20 minutos que nos sangran el corazón. Para siempre, quizás.
Sean Baker podrá no tener la técnica de un Kubrick o un Hitchcock, ni la visión de un Orson Welles.
No importa, porque como Renoir, De Sica o Truffaut antes que él, sabe muy bien una máxima por sobre todo.
Tanto en la vida como en el cine, hay una sola cosa que importa. Las personas.