Estado de Silencio, dirigido por Santiago Maza y con el respaldo de figuras como Diego Luna y Gael García Bernal, es una pieza documental que confronta con la realidad escalofriante que enfrentan los periodistas en México. La película expone un horror cotidiano, una crisis en la que las voces críticas han sido acalladas con violencia y amenazas, pero no por fuerzas desconocidas o criminales, como cabría imaginar, sino por aquellos a quienes los reporteros buscaban hacer rendir cuentas: el propio gobierno y las autoridades. En un país marcado por el narcotráfico y la corrupción, el documental de Maza no es solo un recuento de hechos, sino un testimonio de resistencia y valentía.
Desde el año 2000, se calcula que más de 160 periodistas han sido asesinados en México, y otros tantos han desaparecido, mientras que un sinnúmero de ellos han sido amenazados de muerte solo por cumplir su labor. La premisa es impactante y plantea una pregunta ineludible: ¿cuál es el precio de la verdad en un país donde quienes tienen la responsabilidad de proteger a los ciudadanos se han convertido en cómplices de la violencia? Este contexto se despliega en Estado de Silencio, un filme esencial que, desde su estreno en el Festival de Tribeca y su llegada a Netflix, ha despertado un diálogo necesario sobre la seguridad de los reporteros y la integridad de la democracia en México.
A través de la experiencia de periodistas como Jesús Medina, Juan de Dios García Davish, María de Jesús Peters y Marcos Vizcarra, la película se adentra en la vida de quienes han tenido que huir de sus hogares y hasta del país para proteger sus vidas. Medina, en particular, representa un ejemplo de esta amenaza persistente. Tras investigar operaciones de tala y minería ilegales en Morelos, Medina se convierte en el blanco de represalias que incluyen intimidaciones personales y amenazas explícitas contra su esposa. En una secuencia captada por cámaras de seguridad en 2017, un hombre en un vehículo le advierte que su trabajo “metido con el gobierno” le va a costar caro, mientras que su esposa recibe llamadas telefónicas intimidatorias para que le pida “bajar el tono” de sus investigaciones.
Lo que diferencia a Estado de Silencio de otros documentales sobre violencia en América Latina es su enfoque en la relación compleja entre los cárteles y el gobierno mexicano. La audiencia internacional podría asumir que los narcotraficantes son el principal riesgo para los periodistas; sin embargo, el filme revela una amenaza más insidiosa y enraizada: la narco-política. Este término, que describe la fusión de intereses entre autoridades y criminales, configura una estructura de poder en la que ambos sectores operan en conjunto, considerándose a sí mismos como custodios de un statu quo donde la libertad de expresión es un obstáculo a eliminar.
Maza acude a un recurso visual recurrente y simbólico en el documental: la imagen de savia oscura y espesa que fluye por árboles y cactus. Esta savia, que recuerda a la sangre, representa la corrupción profunda y persistente que se filtra en cada rincón del país. Es un detalle sencillo, pero poderoso, que logra traducir visualmente la tragedia que enfrentan los periodistas en México y la forma en que esta violencia parece impregnarlo todo, manchando no solo a las víctimas directas, sino también a la sociedad que pierde su derecho a estar informada.
La película no se limita a los testimonios individuales; Maza intercala imágenes de archivo y un escalofriante reportaje visual que capta la intensidad y el riesgo de ser periodista en México. En una de las secuencias más impactantes, Marcos Vizcarra narra una balacera en Culiacán, donde elementos del ejército, la policía y grupos criminales se enfrentan en una jornada que dejó 29 muertos, incluyendo a 10 soldados. En ese momento, Vizcarra fue confrontado por una pandilla de adolescentes que no solo le confiscaron su vehículo, sino que amenazaron con matarlo. “Mi peor error fue intentar reportar lo que estaba sucediendo”, declara Vizcarra en una entrevista en vivo, sintetizando el dilema al que se enfrentan estos reporteros: cumplir con su deber los pone en riesgo, pero no hacerlo también implica una traición a sus principios.
Además de las amenazas de muerte, existe una complejidad política que alimenta la impunidad. En 2012, el gobierno mexicano estableció el Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, pero, como lo ilustra el documental, esta medida parece ser una fachada más que una solución real. En el caso de Medina y otros, el Mecanismo solo les brindó apoyo financiero mínimo para esconderse temporalmente, pero no les ofreció una protección integral o duradera. Juan de Dios García Davish describe este sistema como una herramienta vacía: “Activas el botón de pánico, y no responden”.
El documental no evita abordar la postura de los políticos hacia el periodismo. Aunque se esperaba que el expresidente Andrés Manuel López Obrador fuera un defensor de la prensa debido a sus propias luchas contra los medios controlados por sus opositores, el filme lo presenta como un líder que en general desconfía y desestima a los periodistas, mostrando poca disposición para abordar las amenazas que enfrentan. Este hecho acentúa el desasosiego que rodea a la situación actual en México, y uno no puede evitar preguntarse si su sucesora, Claudia Scheinbaum, heredará este mismo desdén por la libertad de prensa.
La banda sonora de Estado de Silencio, compuesta por el grupo británico BEAK>, dota al documental de un aura de thriller político, transportando al espectador de un simple reportaje a una experiencia casi cinematográfica. La música, en combinación con las imágenes cuidadosamente seleccionadas por Maza, crea una atmósfera inquietante y emocionalmente intensa. Este acercamiento estilístico, junto con los testimonios de los periodistas, convierte al documental en una obra de arte visual y de activismo, que empuja a la audiencia a reflexionar sobre el valor del periodismo y los riesgos inherentes de buscar la verdad en un país donde hacerlo puede costar la vida.
La conclusión llega en las palabras de Carmen Aristegui, una de las periodistas más reconocidas de México, quien ofrece una reflexión final: “Cuando matas a un periodista, matas el derecho de la sociedad a estar informada”. Estado de Silencio es, en última instancia, un grito desesperado de resistencia y un recordatorio de que el silencio impuesto solo sirve para fortalecer a los opresores. Este documental desafía a la audiencia a no olvidar que detrás de cada periodista caído hay una historia que nunca fue contada y una verdad que jamás vio la luz.