No es un gigante del Cine. Su nombre quizás ni siquiera suene dentro de la memoria de algunos de los cinéfilos más “modernos”. A través de los 60s y 70s, su reputación como el enfant terrible del Cine Británico fue solo comparada con la obra que creó: películas posmodernas como Women in Love, The Music Lovers, y su adaptación de Tommy de los Who. Su nombre era Ken Russell y The Devils, para algunos su obra maestra, para otros solo una extravagancia espantosa, cumple 50 años en este Julio de 2021. Es hora de traerla de nuevo a la conversación.
En la actualidad, un Hollywood cada día más infantil y mercenario continúa marginalizando la pervertida visión de Russell sobre la represión sexual y la corrupción en la religión organizada. Warner Brothers, el estudio original detrás de la producción, todavía se niega a lanzar la versión sin cortes hacia formatos comercialmente viables. Por supuesto, cuando uno experimenta la chocante y controversial naturaleza de la narrativa de The Devils, no es difícil de ver la causa de tal negación. Reyes afeminados, sacerdotes dementes y libidinosos, aquelarres de monjas masturbándose, enemas vaginales y todo tipo de torturas, sumado al extravagante estilo del cineasta, hicieron de esta película, una de las obras cinematográficas más censuradas de la Historia del Cine. También se convirtió en una carga para Russell, el cual tuvo que comentar y contradecir las controversias en el resto de su loca carrera.
Nos situamos en Francia durante el Siglo XVII. Una lucha de poder existe entre el Rey Luis XIII y el déspota eclesiástico Cardenal Richelieu (Si, Dumas y ainda mais). En el camino de ambos está la ciudad de Loudon y su cabecilla, el sacerdote hedonista Urbain Grandier (Oliver Reed, en el mejor rol que lo he visto). Popular dentro de la localidad, es igualmente adorado por las monjas del convento local. Esto incluye a la trastornada y deformada Hermana Juana (una Vanessa Redgrave memorable, en mi opinión), que está absolutamente obsesionada con el sacerdote. Cuando el Baron de Laubardemon llega para destruir la ciudad, Grandier busca la asistencia del Rey. En su ausencia, una despreciada Juana lo acusa de brujería. Entra en la trama el Padre Pierre Barre (“Cazador Profesional de Brujas” leería su tarjeta de presentación moderna), que investiga las acusaciones y enjuicia a Grandier. Convicto bajo falsas pretensiones, es torturado y quemado en la hoguera, mientras Loudon es finalmente destruida.
En la larga historia de duras críticas contra la mezcla de Iglesia y Estado, en el campo de los retratos de la verdadera hipocresía y la inhabilidad del ser humano de negar su naturaleza animalística (para bien y para mal), The Devils es definitiva. Reina con supremacía sobre otras películas demasiado asustadas para mostrar el verdadero libertinaje en todas sus formas (religioso, real y gubernamental). Si, muchas veces vas a tener ganas de decirle a Russell: “Ken, tell, don’t show”, ya que la naturaleza gráfica de la película supera límites que darán asco al paladar de muchos, pero si la obra bajara 4 o 5 decibeles en lo contado…¿sería memorable? No lo creo.
Es cierto también que lo narrado en la pantalla dista mucho de los documentos históricos que existe de lo ocurrido en Loudon y que el cartel al inicio que elige poner el cineasta ayuda mucho a la furia de los puristas históricos, pero lo cierto es que Apocalypse Now como lección de Historia sobre Vietnam no funciona. ¿Importa? La verdad que no. Sigue siendo LA película sobre la Guerra. Pero volviendo a The Devils, es cierto que la ausencia del tan infame “basado en hechos reales” quizás hubiera apaciguado a los más fieles de las obras de Aldous Huxley (que escribió el libro original), John Whiting (que basó una obra teatral en los sucesos) o de la propia Historia.
The Devils es un descenso al Infierno más Barroco como si Jodorowsky fuera el guía turístico. Todo es textura y simbolismo. Es una experiencia que palpita y pervierte, especialmente en esos momentos gloriosos cuando Russell golpea lo sagrado directamente en la ñata. El director empleó a Derek Jarman (futuro talentoso cineasta) para diseñar los decorados de la película, pensando la escenografía específicamente alrededor de una línea de la novela de Huxley, para hacer eco de “violación en un baño público”, y los confines de las monjas se parecen inquietantemente a ese detalle. Los magníficos exteriores de la película se inspiraron en Metropolis de Fritz Lang, y parece que Russell se adelantó a su tiempo al incluir elementos anacrónicos en una pieza de época. Tenga cuidado: esto es una blasfemia bulliciosa. Es difamación, calumnia y deshonra. Todo en uno. No hay nada de amor entre Dios, sus supuestos patrocinadores y este cineasta rebelde.
En el centro, tenemos dos actuaciones dignas de elogio y consideración. Como lo hizo en muchas de sus colaboraciones con Russell, Oliver Reed da un paso al frente para mostrar por qué era uno de los actores más subvalorados del Reino Unido. Irradiando el tipo de machismo maníaco y virilidad hirviente que convierte a Grandier en una amenaza, se muestra brusco, egoísta, engreído y muy vulnerable. Reed puede parecer la definición misma de un “hombre”, pero su interpretación de múltiples capas en The Devils sugiera algo más complicado y complejo. También lo hace el trabajo de Vanessa Redgrave. Si bien algunos pueden verla como la estereotipada “loca de mierda”, creo yo que es el frío y calculador corazón de la historia. Sin su fanática pasión, probablemente Grandier nunca sería acusado, y sin su deseo de jugar a ser peón en la cruel toma de poder, nunca tendríamos ese final fatalista que tan bien cierra la película.
Pero, de todas maneras, es Russell quien merece más crédito. Travieso como un adolescente que acaba de encontrar un cajón de dinamita, sus ataques son directos, proféticos y decididos. Naturalmente, el público de principios de los 70s se quedó estupefacto ante la noción de clérigos adúlteros, monjas hambrientas de sexo y funcionarios amorales. La visión de Russell es un sueño febril y demente, un crescendo desenfrenado de sangre mezclada con cuerpos desnudos y emociones igualmente desnudas. Pero hay más en The Devils que el básico concepto “el poder absoluto corrompe absolutamente” combinado con imágenes impecables (gran fotografía de David Watkin, posterior ganador del Oscar con Out of Africa). De hecho, el cineasta quiere explorar las dimensiones del orgullo personal, de cómo las personas encargadas de profesar el bien pueden terminar siendo más malvadas y monstruosas que los demonios que han jurado vencer.
Russell logró crear uno de los retratos más exitosos del martirio llevados al celuloide, no a la altura de Dreyer con La Passion de Jeanne d'Arc, pero casi…casi. Si Salò o le 120 giornate di Sodoma puede ser declarado un clásico corrupto e incómodo, The Devils merece lo mismo, o más. Aquí no se salva nadie: ni Dios, ni Satanás, ni el hombre, ni su significado colectivo. 50 años después de su estreno, hay más anarquía y polémica aquí en unos segundos, que en la totalidad de ese vacío pastiche que es Joker. Ya es hora de darle a Ken y a The Devils lo que se merecen.