Desde que en 1948 Don Alfredo intentará simular filmar en una toma única esa Rope (y lo hubiera logrado, realmente, si los rollos de celuloide hubieran excedido los 10 minutos de material...o si existieran las cámaras digitales en 1948), los cineastas se han vuelto locos con la toma única, con el Plano Secuencia. Decía el Santo André Bazin, influyente crítico y teórico (además de padre de la Nouvelle Vague), que la toma extendida era el corazón del Cine. Su realidad. Esto era diametralmente opuesto a las ideas centrales de los grandes pensadores soviéticos de las décadas de 1910s y 1920s, que representaban en el montaje, a la mismísima esencia cinematográfica. Así tenemos un largo listado de ejemplos que SI han logrado el sueño Baziniano: desde el Macbeth de Béla Tarr, pasando por Timecode de Mike Figgis, la chilena Sábado de Matías Bize, la bastante reciente Victoria (que aborrezco) de Sebastian Schipper, o mi favorita de este grupo, la magnífica Russkij Kovcheg de Alexander Sokurov.
Después tenemos un selecto grupo de películas que, como Rope, "simulan" ser una toma única, pero no lo son. Y por aquí tenemos a Irreversible y Enter The Void, ambas de Gaspar Noé, mi compatriota La Casa Muda, de Gustavo Hernández, la oscarizada Birdman, del siempre sobrevalorado Alejandro Gonzalez Iñárritu, o la muy reciente 1917, de Sam Mendes. Es en este grupo que entra Last Call de Gavin Michael Booth, una película independiente y lamentablemente olvidada del pasado año 2019. ¿Cuál es la novedad? Last Call usa el recurso del split screen (pantalla partida) para contar en dos planos secuencia (filmados con Red Helium) la historia de un hombre que vive en soledad llamado Scott (Daved Wilkins, también co-guionista del film), que cuando trata de llamar a un número especializado en evitar suicidios, se equivoca y llama por error a Beth (Sarah Booth), una conserje que atiende su llamada.
Las tomas extendidas no son usadas como un mero truco aquí (como me temía en un principio), sino que sirven narrativa y dramáticamente a la historia. Gavin Michael Booth demuestra gran talento en la dirección de esta sencilla película. Mientras en un momento somos golpeados en el estómago por lo que se nos cuenta, al siguiente se nos puede caer una lágrima junto a los personajes. Sentí que en algunos momentos, se podría haber jugado más al sentimentalismo, sobretodo desde lo gráfico, pero entiendo y apoyo totalmente por que la película decide no ir hacia esos lugares. Solo tenemos dos personajes, Beth (Sarah Booth) y Scott (Daved Wilkins), y ambos actores dan muy buenas performances, Sarah Booth especialmente. Su Beth es completamente natural y emocional, entregando todo lo que necesitamos para tener el corazón de la narrativa. Wilkins, por su parte, retrata a un Scott distante y poco expresivo, para así contrastar a las dos personalidades.
Lamentablemente, creo que Last Call se volverá una curiosidad cinéfila como lo es algo como Lady in The Lake de 1947 (una película contada desde solo el punto de vista del protagonista) y periódicamente será recatada por algún curioso y obsesivo fan de experimentos cinematográficos. Es una pena, ya que cuando el teléfono (fijo) suena, no sabes quien está del otro lado, quizás necesitando tu ayuda. Algo similar para cuando Last Call comienza, no sabes como ta va a impactar, hasta que lo hace.