¿Para qué sirve que en todos estos festivales se vea cine español o en español?
Coinciden todos los años en el tiempo la entrega de los Premios Goya, el Festival de Cine Global Dominicano, el Festival de Sundance y la entrega de los Oscar. No es la única coincidencia, es la primera de muchas; en los próximos días coinciden el Festival de Berlín, Málaga, Guadalajara y el Miami Film Festival; en mayo la coincidencia viene de los Premios Platino y el Festival de Cannes. Tras el verano y a partir de septiembre, Venecia, San Sebastián, Morelia, Toronto, Deauville, Sitges, Mar del Plata, Valladolid, Sevilla, El Cairo, Gijón, y Huelva, finalizando en diciembre con el Festival de Cine de La Habana, por no entrar a detallar otros festivales que intentan hacerse un hueco, sin que aún sepamos si se consolidan o no. Son tiempos difíciles estos para nuevas iniciativas y, quizás por difíciles, necesarias, veremos.
¿Qué tienen en común estos festivales que acabo de citar? Puede que nunca lo imagines, que todos, todos programan a concurso o en sesiones paralelas películas españolas y/o películas iberoamericanas (sólo hay que visitar las hemerotecas). Si bien el Festival de Málaga ha pasado de ser un festival de cine español a ser un festival de cine hecho en español, en Europa sólo el Festival de Huelva Cine Iberoamericano es el único dedicado en exclusiva a películas de América Latina durante cuarenta y cinco ediciones.
A mí, esto de que cine español y cine iberoamericano (que así incluimos a Portugal y Brasil) se vea en festivales de todo el planeta me parece maravilloso e increíble, una alegría que nos damos una vez al año en cada uno de estos lugares, y no solo, me parece una actividad necesaria frente o junto al omnipresente cine estadounidense.
Películas extraordinarias, muy buenas, buenas, regulares, espantosas, vamos como en el cine hecho en inglés, francés, italiano, chino, por no hablar del cine hindú.
Y ¿Para qué sirve que en todos estos festivales se vea cine español o en español? Para todo, aunque a veces parezca que para nada; para todo por la oportunidad que supone que estén, que se vean, que lleguen a las salas; para nada porque a veces las películas, tras el recorrido festivalero, pasan a dormir el sueño de los justos, o como mucho las siestas de las sobremesas, incluso siendo premiadas, se puede dar esta última circunstancia.
En mi humilde opinión, esto último resulta ser una verdadera pena, rayana en la rabia que produce no poder acceder a estas historias, pero cuando casi habíamos perdido las esperanzas de poder ver estas historias, llegaron las plataformas de streaming. Benditas plataformas que nos permiten llegar a historias y lugares contados en películas, pensé yo, para enseguida pensar, tampoco tan benditas.
La supremacía del cine estadounidense en las plataformas es abrumadora, encontrando en ellas películas algunas joyas que no llegaron a las salas de todas las ciudades y, sobre todo, todas las que ha llegado a todas las salas de todas las ciudades. Para quienes hacemos de ver cine en pantalla grande una historia de amor y militancia, la llegada de esta nueva forma de ver películas que no pudimos ver en las salas, supuso una alegría y una esperanza. La posibilidad de ver el cine que se hace en otros lugares (el continente africano me interesa especialmente) y, mejor aún, la posibilidad de ver cine hecho en español fuera de España, se me antojaba casi orgásmica.
Desde mi punto de vista, muy personal, las plataformas no están siendo muy útiles (salvo contadas excepciones) ni en España, ni en América Latina para este deseo mío. Todas las películas que han sido candidatas o premiadas en la última edición de los Premios Goya empiezan ya a estar disponibles en las distintas plataformas en España, cuando las recomiendo a mis amigos de países latinoamericanos, no las encuentran en las de sus países, lo mismo sucede con las películas premiadas cada año en México, Argentina, República Dominicana, por poner sólo algunos ejemplos de las cinematografías más pujantes, no las encontramos aquí.
En España no podemos ver Los adioses (Natalia Beristain, México), Carpinteros (José María Cabral, República Dominicana), La llorona (Jairo Bustamante, Guatemala), Las niñas bien (Alejandra Márquez Abella, México), por citar algunas de las que ahora están en plataformas de allá y allá no pueden ver Quien a hierro mata (Paco Plaza), Diecisiete (Daniel Sánchez Arévalo), Buñuel en el laberinto de las tortugas (Salvador Simó) o Elisa y Marcela (Isabel Coixet), que están en plataformas de acá.
Yo siento, sé, que hay interés en ambos lados del océano por nuestras cinematografías, no solo por la buena taquilla que hacen algunas de estas películas, lo demuestra la alegría con la que las esperamos en los festivales, la cantidad de coproducciones que hay durante el año para contar historias y ese esfuerzo, ese trabajo, merece ser recompensado y no se me ocurre mejor forma que ejercer de espectadores.
Podemos ver todo el cine estadounidense que queramos, casi todo el cine europeo y es por esto que las nuevas plataformas, deben, no sólo darnos la oportunidad de acertar o errar en nuestra elección sobre qué ver en su programación, también, y así lo deberíamos exigir (quienes pagamos), poder tener acceso a películas hechas en el idioma que nos une y que resultan imposibles de ver en pantalla grande, no por patriotismo, ni por chovinismo. Más bien porque se están rodando historias muy buenas que desafortunadamente no llegan a las mayoría de las salas de la mayoría de nuestras ciudades, porque hay mucho talento por descubrir delante y detrás de las cámaras, porque supone una oportunidad de oro para la industria del cine en nuestros distintos países, porque es un ejercicio de resistencia ante, el también, imperialismo cinematográfico, porque tenemos derecho a reconocernos como comunidad, y porque ¿qué habría sido de nosotros como personas si no hubiéramos podido disfrutar de El secreto de sus ojos?