Reseña a la película Zombi Child de Bertrand Bonello, estrenada en Toronto 2019.
Haití en 1962: Después de oler de un polvo misterioso, Clairvius Narcisse (Mackenson Bijou) muere y es enterrado. Sin embargo, no está completamente muerto, sino que se ha convertido en un esclavo a través de un hechizo vudú, y desde entonces tiene que realizar tareas de primera línea en las plantaciones de caña de azúcar de la isla. Un caso real: Clairvius Narcisse realmente existió y fue el tema de la película de Wes Craven de 1988 La serpiente y el arco iris, basada en el libro del etnobotánico Wade Davis.
Bertrand Bonello es un director especial del cine francés. Sus temas giran a menudo en torno a la sexualidad (sin caer nunca en el voyeurismo) y son en su mayoría muy originales. En Zombie Child, Bonello vuelve a abordar un tema diferente, demostrando una vez más su eclecticismo, abordando el mito del zombi, muy popular en estos últimos años. Por supuesto, era de esperar que tratara el tema fuera de los caminos trillados de todas las películas y series recientes.
Para ello, decidió volver a los orígenes del mito, el vudú, y mezclar estos orígenes con los tiempos modernos. Así, rinde un vibrante homenaje a las primeras películas de zombis (antes del primer Romero), como White Zombie (1932) de Victor Halperin o Vaudou de Tourneur en 1943, pero también multiplica los temas en torno al asunto.
Así, en lugar de detenerse únicamente en el tema del zombie que desarrolló en Haití en los años sesenta, Bonello tuvo la inteligencia de utilizarlo para contarnos una historia impregnada de modernismo en una escuela para niñas. Pero no estamos hablando de cualquier colegio para chicas jóvenes. Este es un colegio creado en 1804 sólo para niñas cuyos padres han sido condecorados por el gobierno francés (Legión de Honor, mérito, etc.), en donde la noción de hermandad femenina es fuerte, con tradiciones, y por lo tanto, con un potencial fantástico y etnográfico.
Y una vez más, manipulando estos dos espacios-tiempos, el director-guionista nos lleva en un viaje a través de su cuento, jugando con el misterio de sus jóvenes adolescentes en busca de amor, para hablarnos de libertad, de deseo y de mística sin ser nunca redundante.
No contento con utilizar los años sesenta en Haití y luego el presente en Francia, Bertrand Bonello introduce gradualmente el Haití contemporáneo y el de 1980 en la narrativa para tejer mejor una red etnográfica e histórica a través del espacio y el tiempo, para hacer que el espectador comprenda todo lo fantástico que se mezcla con la realidad a lo largo de la Historia.
Hasta el final, sin duda impresionante y tal vez siendo la mejor secuencia, Bonello lidera las dos líneas narrativas en paralelo, cambiando con mano ligera entre el Haití de 1962 y el París del presente sin más conexiones concretas - aparte de las historias de Melissa sobre la magia vudú y los mitos de los zombis. Al mismo tiempo, Bonello también crea un vínculo invisible entre el pasado y el presente, especialmente a través de las declaraciones de una profesora sobre el pensador haitiano René Depestre, que vive en el exilio en Francia y ve la historia no como una secuencia de acontecimientos, sino sobre todo como una simultaneidad, entre la existencia de los esclavos zombificados y la vida presente de las élites francesas, entre la historia colonial de la gran Francia, que una vez gobernó Haití, y la presencia de jóvenes adolescentes y el poder de los mitos y leyendas.
Zombi Child carece de la rigurosidad y estructura narrativa del génerozOMBIEZ propuesto, la película es mucho más libre, asociativa y más enigmática que la narrativa media. El filme parece crudo, más como un boceto que como una pintura terminada.
