Adaptado de una noticia que conmocionó a Italia con su crueldad y brutalidad, "Dogman" se ve a sí misma como una recreación de la lucha de David contra Goliat. Marcello, con su pequeño tamaño y sonrisa avergonzada, está encerrado en un marco donde los objetos y los perros a menudo son más grandes que él. Esta fragilidad se opone a la fuerza colosal de Simone, quien aprovechándose, sacará cada vez más provecho de este. Cuando ocurre un incidente y Marcello enfrenta las consecuencias, la historia es otra. Aunque el director Matteo Garrone (Gomorrah, 2018) lo describe como un western urbano, ”Dogman” también se parece mucho a una típica película de venganza serie B, que pululaban en los años 70-80. Si este comentario no es un cumplido, el cineasta italiano nunca hace un producto de gama baja, su película transciende las expectativas, comenzando por rechazar la violencia extrema de la historia real de 1988.
Alternando tomas largas, Matteo Garrone nos introduce a Simone (Edoardo Pesce), un ex boxeador adicto a la cocaína recién salido de la cárcel, quine se va a habitar a un pequeño pueblo italiano donde vive Marcello (Marcello Fonte). Marcello es el “Dogman”. Él cuida los perros de las personas, los baña y los camina. El realmente ama a los perros más que a el mismo. La relación con Simone es presentada a cuenta gotas, pero de una manera efectiva. El improbable dúo basa su "relación" en el miedo y las amenazas de una parte, que poco a poco se va convirtiendo en algo fuera de control.
Este conflicto y dependencia no se remonta a la dinámica social o las peculiaridades psicológicas, sino que se escenifica como un problema puramente físico. La fuerte masa corporal de Simone opaca y hace que el ya frágil Marcello se vea como una figura de palo. La tragedia de Marcello en la película de Garrones es únicamente que no puede dar ningún peso a su voluntad y convicciones morales, y que ambas deben permanecer completamente ineficaces.
La evolución de Marcello, sin embargo, nos lleva a una toma de conciencia por su parte, especialmente después de una estancia en prisión sufrida por cubrir al que el creía que era su amigo y que todavía espera un mínimo de reconocimiento. Desde entonces, la película solo se encerrará más en una espiral de violencia denunciada por el director. Una secuencia casi al final, entretiene a algunos tanto como repele a otros, es esencial para capturar el grado de degradación y el deseo de finalmente revertir el equilibrio de poder.
Matteo Garrone no usa su acostumbrada pornografía violenta, sino que sorprende al verter una metáfora vista por los ojos de muchos perros, o cuando los roles se invierten. Lo compensa cuando habla de la importancia que algunas personas le dan a la visión de los demás en la sociedad y la soledad de un ser, que permanecerá encerrado en una prisión inmortalizada a través de un último extraordinario plano. Matteo es un heróe, pero nadie esta allí para verlo, es como si nunca pasó.
La Italia retratada por Garrone es fría y derrotada. Marcello y los demás viven en una especie de tugurio gigante en las afueras de Roma. Asustados por el gran problema que representa Simone, que los golpea y destruye sus negocios, buscan una solución. En una muy buena secuencia, vemos como los dueños de los negocios planean alrededor de una mesa deshacerse de ese “problema”. Pero por alguna razón, Simone se ve indestructible. Su leyenda crece.
Los perros vienen en diferentes tamaños, y uno podría suponer que esta diversidad (que no por casualidad están colocados allí) que las apariencias externas, producen una sensación de que dicho animal puede ser independiente, o en su caso, pudiere ser agresivo o no. Nosotros medimos el miedo hacia algo de acuerdo a su tamaño o su fama, y Garrone lo sabe. Pero para el ojo humano, solo una distinción es realmente importante: o bien un perro es lo suficientemente grande como para aparecer como una criatura independiente incluso en momentos de debilidad e impotencia, o simplemente no, todas las manifestaciones de su instinto y sus necesidades sólo son un objeto, un espectáculo, una ficción de sí mismo ante nuestros ojos. No por casualidad vemos la clara diferencia entre nuestros protagonistas. No solo la física.
"Dogman" viste el sufrimiento de su personaje principal en imágenes claras. La fuente principal de las acciones de estos está basada en pavor y utilización. Marcello es supuestamente un ciudadano modelo, pero no lo es. Simone es más honesto, ya que desde un inicio vemos sus verdaderos colores. Al final el supuesto villano es más honesto que el héroe, al menos en su discurso.
La película es muy elocuente en el diseño de esta constelación puramente mecánica y en la implacabilidad con la que atribuye el conflicto personal a una relación tan dispar. El desequilibrio entre Marcello y Simone no se puede negociar en conversaciones, no se puede disipar del mundo a través de gestos de confianza o consentimiento personal; solo se puede equilibrar un fenómeno físico por medios físicos. Y es allí donde Garrone utiliza su maestría.
"Dogman" puede ser visto como el hallazgo abrumador de que el salvajismo más frustrado es tratado por una brutalidad idéntica y deshumanizante. La película explora la metáfora del animal hasta el final, incluso con un último significado cargado de nihilismo. Pero es especialmente en la interpretación política que esta obra de choque toma toda su importancia, ya que Matteo Garrone nos ofrece ver la pequeña alternativa que disfruta el pueblo para liberarse de la esclavización de un poder fascista. ¿Es esta la respuesta del cineasta a las recientes elecciones italianas y el surgimiento del populismo al más alto nivel? Solo Matteo sabe.