Basta con echar un vistazo a los medios de comunicación de Hollywood para percatarse de que allí no se habla de otra cosa: el antes poderoso productor de cine Harvey Weinstein ha caído en desgracia tras numerosas acusaciones de acosar sexualmente a diversas actrices durante décadas. Fue un secreto a voces en la industria cinematográfica, mal encubierto por distintas personas, hasta que las periodistas Jodi Kantor y Megan Twohey se atrevieron por fin a contar lo que ocurrían en The New York Times este mismo mes de octubre, desatando un escándalo merecido y sin precedentes que ha puesto fin, no sólo a su fulgurante trayectoria profesional, sino también a su deriva depredadora; o eso esperamos.
No obstante, la música y actriz Courtney Love (Man on the Moon) ya avisó en 2005 del acoso en unas declaraciones a Comedy Central; en 2012, dos capítulos de Rockefeller Plaza, sitcom de Tina Fey (2006-2013), bromearon sobre la conducta de Weinstein; y en la presentación de las nominaciones a los Oscar de 2013, Seth MacFarlane (Padre de familia) le lanzó “un derechazo”, según sus propias palabras, con un chiste malicioso. En esos años, ya había transcurrido bastante tiempo desde que Weinstein se subió alegremente a la cresta de la ola. Oriundo de Queens, fundó en 1979 la distribuidora de cine independiente Miramax con su hermano Bob gracias al capital que habían conseguido financiando conciertos de rock en Buffalo durante los anteriores años setenta.
Y a continuación, dispensaron Viaje a la esperanza, del suizo Xavier Koller (1990) y Mediterráneo, del italiano Gabriele Salvatores, que fueron recompensadas con sendos Oscar a la Mejor Película Extranjera; Delicatessen y el debut Reservoir Dogs, las dos de culto y elaboradas por los franceses Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro (1991), la una, y por Quentin Tarantino, la otra; Como agua para chocolate, del mexicano Alfonso Aráu, con diez premios Ariel; Juego de lágrimas, del irlandés Neil Jordan (1992), reconocida con el Oscar al Mejor Guion Original para el mismo Jordan; Adiós a mi concubina, del chino Chen Kaige, que ganó la Palma de Oro; El piano, de la neozelandesa Jane Campion (1993), con sus tres Oscar: Mejor Guion Original para la misma Campion, Mejor Actriz para Holly Hunter por su Ada y Mejor Actriz Secundaria para Anna Paquin por su Flora.
Ese último año hubo dos novedades significativas en Miramax: Disney se la compró a los Weinstein por ochenta millones de dólares, permitiéndoles seguir dirigiendo la compañía, y con ella produjeron Amor a quemarropa, de Tony Scott, con guion de Tarantino, su primer filme reseñable desde que habían comenzado esa labor en 1989, una década después de fundarla. Al propio Tarantino le costearon Pulp Fiction, otra película de culto para el bote galardonada con su Oscar al Mejor Guion Original para quien vosotros ya sabéis. Y distribuyeron la opera prima Clerks, El Cuervo y Exótica, tres filmes de culto dirigidos, respectivamente, por Kevin Smith, el australiano Alex Proyas y el armenio Atom Egoyan (1994); y Dead Man, película de culto de Jim Jarmusch (1995).
Pusieron el capital para la realización de El paciente inglés, del británico Anthony Minghella, la primera de las suyas con el Oscar a la Mejor Película, y ocho más; entre ellos, el de Mejor Director; y para la de Scream, obra de culto de Wes Craven. Y comerciaron con Trainspotting, dirigida por el inglés Danny Boyle y también de culto, Kolya, del checo Jan Sverák, que se llevó el Oscar a la Mejor Película Extranjera; y Albino Alligator, del actor Kevin Spacey (1996). Financiaron La princesa Mononoke, de Hayao Miyazaki, y El indomable Will Hunting, de Gus van Sant, con su Oscar al Mejor Guion Original y al Mejor Actor de Reparto para Robin Williams. Y dispensaron Persiguiendo a Amy, otro filme de culto de Smith, y La vida es bella, del italiano Roberto Benigni, a la que le otorgaron el Oscar a la Mejor Película Extranjera, al Mejor Actor para el propio Benigni y a la Mejor Banda Sonora para Nicola Piovani (1997).
Luego produjeron Shakespeare enamorado, del inglés John Madden (1998), segundo de sus filmes que con el Oscar a la Mejor Película, además del de Mejor Guion Original para Marc Norman y Tom Stoppard, el de Mejor Actriz para Gwyneth Paltrow, el de Mejor Actriz de Reparto para Judi Dench y tres más. Más tarde, costearon Las normas de la casa de la sidra, del sueco Lasse Hallström, a la que se recompensó con el Oscar al Mejor Guion Adaptado para John Irving, escrito según su propia novela, y al Mejor Actor de Reparto para Michael Caine por su doctor Wilbur Larch; y distribuyeron La lengua de las mariposas, del español José Luis Cuerda (1999). Aportaron sus dólares para Los otros, del español Alejandro Amenábar, con ocho premios Goya; entre ellos, el de Mejor Película, Director y Guion Original, del propio Amenábar; y para El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo, del neozelandés Peter Jackson.
Poco después costearon Kill Bill: Volumen 2, de Tarantino, igualmente de culto; el documental Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, con su Palma de Oro en Cannes; y El aviador, de Martin Scorsese (2004), galardonada con el Oscar a la Mejor Actriz de Reparto para Kate Blanchett por su Katherine Hepburn y cuatro más. Y el último filme de relevancia que los Weinstein distribuyeron en Miramax fue Tsotsi, del sudafricano Gavin Hood (2005), con su Oscar a la Mejor Película Extranjera, pues se marcharon de la compañía para fundar The Weinstein Company, en la que comerciaron con El caso Slevin, del escocés Paul McGuigan (2006), y produjeron Grindhouse (Planet Terror), filme de culto de Rodríguez, Sicko, otro documental de Moore (2007) y El lector, del inglés Stephen Daldry, que se llevó el Oscar a la Mejor Actriz para Kate Winslet. Y, seguidamente, dispensaron Martyrs, película de culto del francés Pascal Laugier (2008).
En febrero de 2009, el cantante Sam Moore, ganador de un Grammy, demandó a los hermanos Weinstein por basar su comedia Soul Men (Malcolm D. Lee, 2008) en la carrera de Sam and Dave; en mayo de 2012, un juez federal de Tennessee desestimó la demanda; y en octubre de 2013, una jueza falló en contra de la apelación que había interpuesto el músico. Tiempo después, los hermanos costearon El discurso del Rey, del británico Tom Hooper (2010), con el Oscar a la Mejor Película —el quinto para una producción suya—, Director, Guion Original para David Seidler y Actor para Colin Firth por su George de Sajonia-Coburgo-Gotha. Y en febrero de 2011, Michael Moore reclamó a los hermanos Weinstein los millones que aseguraba que le debían por los beneficios de Fahrenheit 9/11; y justo un año después llegaron a un acuerdo cuyos pormenores no fueron difundidos.
Más tarde, The Weinstein Company distribuyó La Dama de Hierro, de la inglesa Phyllida Lloyd (2011), filme al que le otorgaron el Oscar a la Mejor Actriz para Meryl Streep por su Margaret Thatcher y al Mejor Maquillaje para Mark Coulier y J. Roy Helland. Los Weinstein aportaron su dinero para producir El lado bueno de las cosas, de David O. Russell, con el Oscar a la Mejor Actriz para Jennifer Lawrence por su Tiffany; y Django desencadenado, de Tarantino (2012), que fue recompensada con el Oscar al Mejor Guion Original para el director y al Mejor Actor de Reparto para Christoph Waltz por su doctor King Schultz. Y, para terminar, comerciaron con The Imitation Game, del noruego Morten Tyldum (2014), que ganó el Oscar al Mejor Guion Adaptado para Graham Moore. En estos últimos tres años no se han comprometido con ningún proyecto relevante.
Pero Harvey Weinstein, claro, ya no podría, porque le han despedido de The Weinstein Company; como le han expulsado de la Academia de Cine de Estados Unidos, de la que formaba parte desde 1999, y es posible que le quiten los distinciones que le concedieron en la Orden del Imperio Británico en 2004 y en la Legión de Honor francesa en 2012. Ahora, por supuesto, el Partido Demócrata no querrá que apoye a sus candidatos públicamente como hizo con Bill Clinton en 1992, con Barack Obama en 2008 y con Hillary Clinton en 2016. Y lo más curioso es que están borrando su nombre de los créditos de bastantes de las películas que figuran sobre este párrafo final. Pero no caigáis en el autoengaño: si amáis alguna de ellas, no van a ser peores porque este individuo las produjera o las distribuyese; olvidense de Harvey Weinstein al volver a verlas y no permita que eso los impida seguir disfrutándolas.
Fuente: Hipertextual