La crítica especializada en bloque y gran número de cinéfilos no debaten últimamente sobre otra cosa que no sea Dunkerque (Dunkirk, 2017), la décima película del celebérrimo Christopher Nolan. Hay opiniones para todos los gustos acerca de ella: las que provienen de sus incondicionales ciegos, las de sus obstinados detractores, las de los indiferentes y las de algunos espectadores razonables. Y lo que llama sobremanera la atención es el hecho de que a pocos, analistas de cine incluidos, se les ha pasado por la cabeza destinarle unas cuantas líneas a las adaptaciones anteriores de este tremendo episodio de la Segunda Guerra Mundial, aunque sea para elaborar una comparación rápida.
Si Nolan se dedica a contar específicamente cómo fue la evacuación de cientos de miles de soldados británicos de la playa de Dunkerque, casi sin explicaciones de ningún tipo, el filme homónimo que llevó a cabo el inglés Leslie Norman en 1958 está marcado por la contextualización activa en diversos aspectos de la historia: el fracaso de la Línea Maginot, la propaganda cinematográfica, los movimientos de tropas y de la población que huye durante el progresivo cerco alemán, la escasa información que el Gobierno británico de Neville Chamberlain le proporcionaba a los periodistas, los que se aprovecharon de la economía de guerra para enriquecerse y las esperanzas y preocupaciones de las personas ante el conflicto, es decir, una narración pormenorizada de lo más tradicional, poco vistosa en sus planteamientos visuales.
La adaptación de Nolan también se aleja del tono jocoso, cínico y verborreico que luce más de la mitad de Fin de semana en Dunkerque (Week-end à Zuydcoote), realizada por el francés Henri Verneuil en 1964 como muestra, en especial, de la rutina de las tropas en las playas y sus alrededores, un tono que coincide perfectamente con el despreocupado protagonista al que interpreta Jean-Paul Belmondo, el soldado Julien Maillat, personaje que no tiene nada que ver, por ejemplo, con el circunspecto civil que es el John Holden de Richard Attenborough en la Dunkerque de Norman ni, sin duda, con ninguno de los pobres diablos del filme de Nolan. La mayor tensión y solemnidad sigue siendo el estilo característico de este último, nivel al que no llegan las anteriores adaptaciones de esta batalla.
Sin embargo, la adaptación de Nolan nos enseña ambos sucesos en abundancia, y profundiza además en la pobre contraofensiva de la aviación inglesa. Muy al contrario que De Dunkerque a la victoria (Contro 4 bandiere), dirigida por Umberto Lenzi en 1979, que sólo le reserva unos minutos escasamente reseñables de su primer tramo al asedio en las playas y a la evacuación porque este filme no está en absoluto centrado en dicho lance de la guerra. Y tampoco Expiación (Atonement), obra de Joe Wright estrenada en 2007, la cual contiene no obstante un muy agradecido plano secuencia que recorre asentamiento de las tropas en la playa de Dunkerque, mucho más tumultuoso, apocalíptico e incluso algo surrealista y de una fatalidad decididamente conmovedora.
Otra de las grandes diferencias evidentes entre las adaptaciones específicas anteriores y la de Nolan es que las otra dos se basan en una novela, y en esta última, además, nunca vemos al enemigo personificado: el ejército alemán no es más que los aviones que bombardean desde las alturas, los obuses que caen del cielo y las explosiones que provocan y el sonido de los disparos en tierra, que jamás sabemos de dónde proceden. Se trata de un enemigo deshumanizado, sin rostro, que persigue aniquilar a los protagonistas y a los miles de compañeros de armas que les rodean. Y su lucha por sobrevivir, su trágica tenacidad en ello, es lo único que le interesa a Christopher Nolan en su Dunkerque.
Fuente: Hipertextual