Mientras que un misterioso y altamente contagioso virus está aterrorizando al planeta y diezma la mayor parte de su población, Paul (Joel Edgerton), Sarah (Carmen Ejogo) y su hijo Travis (Kelvin Harrison Jr) están encerrados en una casa aislada en el bosque. Estos viven con un constante temor al mundo exterior y bajo la regla estricta de nunca salir de noche. Una tarde, un hombre llamado Will (Christopher Abbott), entra en la casa. Paul logra capturarlo e interrogarlo. Cuando se dio cuenta de que Will era como él, un hombre que sólo quiere proteger a su esposa e hijo y anda en busca de suministro de agua y alimentos, los invitó a vivir con su familia en la casa en el bosque. Por desgracia, la paranoia y el miedo nunca se disiparán por completo.
Desde la primera escena donde Paul y Travis salen de la casa, cada uno con una máscara de oxígeno y arrastrando al abuelo de Travis de la casa, visiblemente muy enfermo, caminan hacia un área donde hay una fosa común, en donde queman y entierra su cuerpo, el director Trey Shultz logra tu atención. Incluso sin entender lo que está sucediendo, sentimos la tensión de una forma muy poderosa. Sólo cuando la secuencia termina, es que el espectador finalmente toma una respiración, al darse cuenta de que esto puede ser el primer soplo de los últimos dos minutos.
Trey Shultz Edwards tiene un talento increíble para crear atmósferas inquietantes y tensas, sentimiento que se mantiene, no sólo a lo largo de esta escena, sino también en toda la película. Nunca rompe con esta aura de misterio agónico, sin imponer pesadas o innecesarias explicaciones. Nunca tampoco va a tratar de sorprendernos con un giro poco probable. Es más, la economía de diálogos y la honestidad de su proceso creativo es lo que realmente nos impresiona y desconcierta.
Las imágenes captadas por el director de fotografía Drew Daniels (Krisha, 2015), son magníficas. Basándose en una tonalidad oscura, la película fue en gran medida desarrollada bajo este formato. Por ejemplo, vemos solo luz proveniente de linterna movida o una linterna de bolsillo en el extremo de una pistola, la cual es la herramienta perfecta para adicionar tensión a la ya creada incertidumbre. La cámara se mueve con elegancia, recorriendo los ominosos pasillos de la casa o bosque. Esta siempre termina presentando un primer plano.
No es ni bueno ni malo el sentido de supervivencia de estas personas, todos tienen buenas intenciones, pero son devorados por el miedo y la obsesión de proteger a su familia de cualquier amenaza. Tal vez Shultz estaba haciendo aquí un paralelo con la situación actual en los Estados Unidos.
Nos podemos identificar con todos los personajes si nos ponemos en su lugar. El poder comprender o tener los mismos pensamientos que tienen, le da un toque muy realista a pesar de su universo apocalíptico. Y es este realismo lo que hace que esta película se sienta tan temible, porque puedes llegar fácilmente a imaginarte a ti mismo en esta casa, en este fin del mundo.
La coexistencia semi-forzada dentro de un entorno restringido, es aún más asfixiante por la necesidad de seguir ciertas reglas, de lo contrario la infección y la muerte tocan a tu puerta. La película tiene un final que no les quiero echar a perder, pero que los datos de introducción y el desarrollo, no podía ser de otra manera.
Dada la naturaleza del genero presentado y que debe seguir ciertos códigos que funcionan, el horror a menudo se convierte (a pesar las limitaciones orgánicas evidentes y fuertes en la cultura pop), en una herramienta discreta para la interpretación de la realidad, la sociedad y sus contradicciones y crisis. En “It Comes at Night”, con sus referencias a la familia, la doctrina del castillo (La casa), la cero la tolerancia y el miedo al otro, con sus puertas rojas cerradas para defender lo poco que tenemos, el miedo a la contaminación cultural o física, es la alegoría clara y potente a los tiempos en que vivimos, tanto en los EE.UU. como en Europa.
El director Trey Edward Shultz (Krisha, 2015) organiza este apocalipsis minimalista haciendo caso omiso a los trucos más simples e inherentes del género, y en referencia a métodos más lentos, insinuando la ansiedad que producen.
Al final “It comes at night” viene dictada a simples cuestiones de gusto, sensibilidad y expectativas. El espectador actual promedio no está buscando historias como esta: no hay explicaciones, no hay lados claros, no hay buenos ni malos, poca acción, cero guiños de complicidad y, como ya se ha mencionado, hay una catarsis recompensada por sus esfuerzos de seguir una historia ya pesimista al comienzo, que tiene todas las ideas muy claras sobre las cualidades de la humanidad y su destino posible y deseable.