Hace tres años, el ruso Andrey Zvyagintsev impresionó en Cannes con su película “Leviathan”, y en esta oportunidad retorna por la puerta grande con una historia de un matrimonio fracasado y el hijo de doce años del mismo.
Pero no solo muestra el matrimonio ya en su etapa final, sino sus consecuencias, y las secuelas que van a causar a su hijo, así como el fruto de más de diez años de relación.
¿Les gusta a los seres humanos que le muestren sus defectos? Los personajes de Andrey Zvyagintsev son falibles, pero se niegan a admitirlo. Ellos piensan que son adultos, pero en realidad actúan como niños ciegos dentro de una sociedad que les permite todo. En pleno disfrute de su infancia, Alyosha se enfrenta al divorcio de sus padres, Boris y Zhenya. Si bien no hablan con él, ambos muy ocupados enfrentando sus nuevas vidas, tienen una discusión que el joven escucha durante una cruel conversación de sus padres, ninguno de ellos considera su custodia. Ya invisible para ellos, el niño desaparece. Frente a la laxitud de las autoridades rusas, Boris y Zhenya (Maryana Spivak y Alexei Rozin) se ven obligados a iniciar todas las búsquedas.
Ellos son una pareja de clase media rusa y la película los muestra a ambos en una nueva relación, con trabajos estables y un salario decente. En los primeros minutos estudiamos su maldad, su indiferencia, su decepción, todo esto se verá incrementado durante las dos horas de metraje, un viaje no muy placentero para nadie.
Cuando el hijo desaparece y nadie se da cuenta, notamos el fracaso de ambos seres como progenitores. Cuando la policía hace acto de presencia, pero restándole importancia a lo que ha sucedido, los padres pretenden estar interesados. La película inicia con una secuencia magistral, un plano que muestra la inocencia de Alyosha, este va de camino a casa entre ambientes sórdidos y fríos, como los de su hogar. Y entre estas ingenuas imágenes, el director presenta la combinación peculiar de un realismo sombrío con imágenes que vivimos todos los días. Los teléfonos móviles y la televisión inteligente, televisión en la cocina, máquinas de café, un hermoso apartamento, todo se convierte en un símbolo de un mundo cotidiano mecánicamente sin sentido, ritualizado en una señal continua de la falta de amor.
Alyosha no tiene prisa de volver a casa, mientras todos sus amigos corren a sus hogares. No entendemos su parsimonia, más cuando vemos la primera interacción con su madre, notamos que algo no anda bien.
Andrey Zvyagintsev agarró personajes de la vida cotidiana y los vuelve a dibujar al ritmo de un día. Boris tiene un trabajo lleno de burocracias, ya que está dirigido por un jefe religioso y no sabe cómo va a tomar la noticia de su divorcio, Zhenya maneja un salón de belleza. Él está preocupado por la posible pérdida de su trabajo, ella está emocionada por su nuevo corte de pelo. El egoísmo de estos brilla especialmente cuando interactúan con Alyosha. Andrey Zvyagintsev nos enfrenta a una sociedad enferma, sus personajes reflejan una comunidad en la que el diálogo es virtual o de sordos. Sus personajes son detestables, y así nos mantiene en un suspenso lleno de preguntas.
El enfoque estético del diseño del frio no está por pura casualidad. Optando por cámaras fijas y largas secuencias, en la cual les da libertad creativa a sus actores, Andrey Zvyagintsev nos enfrenta a sus personajes y nos invita a observar mientras ellos mismos se examinan, a veces muy cerca, a veces distantes. El hábil director desarrolla a sus personajes de una manera perfecta. Créanme cuando les digo que llegarán a odiar a estos padres. Las composiciones musicales Evgueni y Sacha Galperine son usadas con moderación y acorde con el desarrollo narrativo y las cuestiones planteadas. La secuencia final es absolutamente fascinante. Como una piedra arrojada a un estanque, que resuena con nosotros, hundiéndose lentamente, así mismo se irá hundiendo tu corazón, con una inminente tristeza inmune a las lágrimas. Zvyagintsev ha creado una obra maestra.