No pocas personas tienen problemas con películas que tratan determinados asuntos o las ideas que contienen y transmiten, ya sea porque no están de acuerdo con ello o incluso afean sus propias opiniones. Pero la ideología de una obra artística no es evaluable a no ser que hablemos de un ensayo o de un documental, que defienden una tesis; ni siquiera en aquellas novelas y filmes de ficción que cargan las tintas o en las que interesa presentar unos hechos ideológicamente. Si no lo aceptamos, estaremos ciegos a sus logros artísticos si los tuvieran y, por ejemplo, no seríamos capaces de reconocer una buena película religiosa o sobre la religión por nuestros prejuicios ideológicos.
Una de esas épocas en las que siempre emiten el mismo tipo cine es la Semana Santa, y entre los múltiples tostones y pestiños religiosos que programan en televisión cada año, siempre los mismos, hay algunos filmes que merece la pena ver, tanto como podríamos aprovechar para zamparnos otros sobre religión que no suelen emitirse estos días. La mejor propuesta con más años a sus espaldas, siglo y poco, que podríamos hacer es Hypocrites, de Lois Weber (1915), polémico mediometraje moralizante sobre la vida de un asceta y de un reverendo cristianos, con alguna secuencia extraordinaria y el primer desnudo integral femenino no pornográfico de la historia del cine.
Por otro lado, resulta difícil olvidar la intensidad dramática y los vigorosos primeros planos que nos regalan en La passion de Jeanne d’Arc, de Carl Theodor Dreyer, (1928), sobre el juicio inquisitorial al que fue sometida la guerrera francesa iluminada. Y a nadie debe sorprender que se incluya aquí The Ten Commandments, de Cecil B. DeMille (1956) o la multioscarizada Ben-Hur, de William Wyler (1959), las adaptaciones más reputadas de la historia bíblica de Moisés y de la novela homónima de Lewis Wallace respectivamente, pues la primera encierra secuencias francamente impresionantes, y la segunda rezuma épica y emoción por los cuatro costados.
La interesantísima Inherit the Wind, de Stanley Kramer (1960), narra con ciertas libertades, grata tensión y un toque de acidez el juicio de Scopes, durante el que un profesor estadounidense se sentó en el banquillo de los acusados nada menos que por atreverse a enseñar en la escuela la teoría científica de la evolución, que contradice el asentado relato bíblico. El dramón que se desarrolla en Fanny y Alexander, de Ingmar Bergman (1982), por el conservadurismo social sujeto a la religión es digno de ser contemplado y sufrido. Igual que la tragedia y el sacrificio con claras resonancias de los misioneros jesuitas en el Nuevo Mundo que nos cuenta la bella The Mission (Roland Joffé, 1986), con la inolvidable banda sonora de Ennio Morricone.
Sin embargo, uno de los mejores filmes religiosos que uno pueda echarse a la cara es, sin duda, la alucinante The Last Temptation of Christ, de Martin Scorsese (1988), que adapta la controvertida novela de Nikos Kazantzakis y en la que se humaniza a Jesucristo de veras, lo que había sido rechazado en el concilio de Nicea del año 325 para decidir cuáles eran los Evangelios canónicos, y que modifica la esencia traidora de Judas y consigue que algo como el sermón de la montaña resulte apasionante. Y la conmovedora y necesaria Dead Man Walking, de Tim Robbins (1995) enfrenta a una monja a la tarea de conseguir librar a un reo de la pena de muerte, paliar su sufrimiento y aportarle sosiego espiritual y, a la vez, lidiar con el dolor de los seres queridos de sus víctimas.
La admirable Breaking the Waves, de Lars von Trier (1996), es un drama hiriente y asombroso sobre una mujer sacrificada cuya fe religiosa y su amor por su pareja mueven montañas interiores. En la magnífica Contact, de Robert Zemeckis (1997), nos encontramos los dimes y diretes entre la ciencia y la religión a cuenta de la existencia de Dios, así como el caso del extremismo en la segunda, en una trama de ficción científica sobre contactos extraterrestres. Y, por mucho que haya multitudes de cinéfilos que odian The Passion of the Christ, de Mel Gibson (2004), se trata de una estilizada y concienzuda adaptación de lo que fabula la Biblia sobre el calvario de Jesucristo, con secuencias muy hermosas y terribles.
A no pocos espectadores nos parece que la premisa de la intachable The Da Vinci Code, de Ron Howard (2006), proveniente de la plana novela homónima de Dan Brown, es de lo más sugestiva. En Teresa: El cuerpo de Cristo, de Ray Loriga (2006), asistimos a una atrevida recreación de las vivencias de la monja Teresa de Jesús, mística y escritora, como un paradójico y sensual relato de empoderamiento. Doubt, de John Patrick Shanley (2008) según su propia obra de teatro, encara sin contemplaciones las dificultades para esclarecer la verdad sobre un posible caso de abuso sexual a un menor en un colegio católico neoyorkino.
Por su parte, la excéntrica y brillante Camino, de Javier Fesser (2008), nos enseña las entrañas de la secta ultracatólica del Opus Dei, o la falta de ellas, con el caso real de una niña a la que un cáncer se la comía por dentro, mezclando el drama desgarrador con una fantasía enternecedora. La oportuna y elocuente Ágora, de Alejandro Amenábar (2009), describe lo que le ocurrió a la filósofa Hipatia de Alejandría en una época convulsa de confrontaciones religiosas violentas, y muestra tanto lo que de bueno y atractivo pueda tener el cristianismo como a dónde conduce la intolerancia de sus creyentes.
Y un fanatismo similar inquieta a los espectadores en la desasosegante The Witch, de Robert Eggers (2015), el cual se combina con lo sobrenatural de modo que se eleva por encima de muchos otros filmes de terror que únicamente buscan aterrar con sucesos paranormales, dignificando su planteamiento con una mayor enjundia; y así, al igual que las diecisiete películas anteriores, es una buena opción para acercarse en Semana Santa al fenómeno religioso cristiano con el mejor cine.
Fuente: Hipertextual