Con 65 años de edad, Winfried (Peter Simonischek) trabaja como profesor de música y vive con su viejo perro. Su fiel amigo de tantos años, muere, y Winfried queda completamente solo. Lo
que menos siente es desesperación.
Winfried decide visitar a su hija Inés, sin anuncia, como siempre. Cuando llega a Rumania, no necesita mucho tiempo para ponerse en contacto con su hija. La ocupada vida de Inés comienza a ser criticada de manera subliminal por Toni Erdman, un loco que usa peluca y con los dientes torcidos, que no es más que el alter ego de Winfried.
Toni Erdmann ahora emerge en repetidas ocasiones en la vida de Inés, presentándose como un amigo o entrenador de tenis, o como embajador de Alemania en Rumania.
En realidad Winfried sólo quiere saber cómo es y piensa Inés. La comunicación entre padre e hija está tan dañada que es notable en sus diálogos. Ninguno de estos llegan a su final, son interrumpidos por cualquier persona ajena a la conversación. Probablemente la película tiene sus mayores picos emocionales en sus silenciosas escenas, y debido a que Maren Ade (la directora) renuncia en gran medida a la banda sonora, las escenas parecen más intensa. Sus imágenes retratan un extraño vacío que el espectador identificará. En este contexto, es muy lamentable que Ade mantenga la cámara estática, incluso en entornos en los que solo se mira algo o alguien fijamente, la secuencia se enfoca en el objeto, no en el que mira. La cámara solo se mueve en las escenas en silencio, es como si alguien se parara detrás de ti mientras abrazas o besas a alguien.
Admirable, la suavidad con la que Sandra Hüller (Inés) se mueve entre la mujer de negocios y la hija que no ha aprendido a ser emocionalmente independiente. Balanceándose entre el mal carácter y la vulnerabilidad es precisamente donde radica el enorme valor de su actuación.
En dos horas y cuarenta minutos, Maren Ade (Everyone Else, The Forest for the Trees) toma su período de conflicto padre-hija y lo lleva a un alto nivel. Pero creo que es demasiado tiempo. Ade convierte muchas escenas interesantes, y las alarga con diálogos banales e innecesarios, cayendo en un aburrimiento temporal.
Sentimos la simpatía de Erdman, llegamos a creer que lo que quiere lograr es loable e interesante: rescatar la relación con su hija sin importar hacer el ridículo, aunque, para el alter ego, ser ridículo no tiene significado. La película navega entre buenas ideas que son alargadas causando falta de interés al resultado final. El apoyo de los secundarios es efectivo y son la causa para que los personajes hagan gala de los momentos más cómicos.
"Toni Erdmann" es una comedia social con profundidad y con longitudes interesantes. La película está llena de hermosas observaciones recreadas por momentos extraños que requieren una actitud presente y es apoyada por un precioso conjunto de actores, encabezado por Sandra Hüller y Peter Simonischek.