“Los monstruos son reales, y los fantasmas también:
viven dentro de nosotros y, a veces, ellos ganan”.
―Stephen King
Los seres humanos creemos en los monstruos, nos gusta pensar en ellos porque alteran nuestros sentidos; los monstruos nos habitan, se arrastran de nuestro estómago a nuestra cabeza; nos corroen y nos superan. Los monstruos somos nosotros.
Como pieza de la ficción, el monstruo es un agente desconocido dentro del mundo ordinario en el que están inmersos los personajes. Un usurpador en la vida habitual de los protagonistas, quienes tendrán que enfrentar al invasor disponiendo de los elementos que la situación les conceda.
Transportar una idea y materializarla dentro de la historia como una criatura o personaje, cuya naturaleza arriesga la de otros individuos, es un planteamiento en el cual, el autor ahoga los miedos e incertidumbres de su generación a través del terror; el miedo es una sensación primitiva, por eso es tan aliciente.
Los zombies, vampiros y hombres lobo tienen su origen en un psicótico bagaje cultural; igual que en las historias de horror de las últimas décadas, los clásicos guardan una carga tejida por los componentes que surgen de sus años y la sociedad donde fueron concebidos. Mary Shelley se refirió al progreso científico como un impetuoso deseo de superar los límites de la mortalidad y la fe religiosa al escribir “Frankenstein o el moderno Prometeo”; Bram Stoker, por su parte, aludió a un estado con una cultura sexual represiva en “Drácula”, ejemplos claros de que el cine de terror también guarda un trasfondo.
A principios del siglo XX la brutal autoridad en “El gabinete del doctor Caligari”(1920), hizo destacar al expresionismo alemán y ha sido considerada la primer película de cine negro. En “La noche de los muertos vivientes” (1968), George A. Romero desarrolló una trama de violencia velada dentro del filme en blanco y negro, en el que se refiere al racismo y a la guerra de Vietnam.
Pese a que algunos de los primeros esfuerzos dentro del cine de terror se distinguieron por la buena calidad en sus argumentos y su ejecución, este tipo de películas adquirieron estatus al paso del tiempo, después de que el género estuviera dominado por el cine clase B, protagonizado por los legendarios: Béla Lugosi, Boris Karloff, Christopher Lee y Vincent Price.
En los 60, Hitchcock le había obsequiado una apreciación más seria a estos filmes con los largometrajes “Psicosis” y “Los Pájaros”, pero el carácter del género estaba por acercarse a su vértice.
Una de las razones del éxito de Roman Polanski en 1968 con “El bebe de Rosemary”, fue la interpretación de Mia Farrow, una mujer con deseos de ser madre que ve cómo es amenazado su bienestar y el de su embarazo por una conspiración satánica entre los arrendadores del edificio Dakota; este tipo de personajes son cercanos al espectador y le permiten depositar sus miedos en ellos, siendo así la manera en la que el recibimiento del público es positivo.
Los protagonistas de las películas que utilizan el miedo como motor, apelan a la empatía para conectar con la obra. Existe algo muy humano en el deseo por advertir el riesgo que otros enfrentan pues, más que morbo, es un aviso de supervivencia primario: saber que yo estoy bien, mientras que el personaje en la película no.
“Los monstruos de la mente son mucho peores
que los que existen de verdad”.
Christopher Paolini
El fenómeno masivo de este género llegó en 1970, cuando la explotación de la agresión visual acercó a los adolescentes a la salas. Uno de los dramas juveniles más llamativos en el horror es “Carrie” (1976), donde Sissy Spacek interpretó a Carrie White, una ingenua muchacha víctima de ofensas en el instituto, quien sobrevive diariamente al yugo de su madre, hasta que descubre sus habilidades psicoquinéticas. La película se produjo en una época donde la industria tomaba al escritor como una figura microscópica; Stephen King aún era un novato en Hollywood y no tuvo participación ni vio la adaptación de su primer novela hasta su preestreno en Boston, donde fue emparejada con “Norma… is that you?”, una comedia pícara con un elenco racialmente diverso. El autor pensó al entrar en la sala que la historia de una adolescente blanca con problemas de pubertad no tendría la aceptación de la concurrencia. Para su sorpresa, todos los asistentes crearon un vínculo con Carrie y su apetito por encajar. El público aplaudió cuando Carrie White incendió el gimnasio en venganza contra sus compañeros de instituto. El director de la película, Brian de Palma, dejó a la audiencia vulnerable ante el desenlace, pasmado frente a lo que iba a ocurrir cuando Sue Snell (interpretada por Amy Irving) va a la tumba de Carrie a dejar flores y… bueno, es mejor que ustedes vean la película.
Las adaptaciones de libros a películas son frecuentes y, por supuesto, Stephen King lo sabe: “Cujo”, “Christine”, ”The dead zone”, “Firestarter”, “Children of the Corn”, “Pet Sematary”, “Misery” y la mítica miniserie de “It” de los 90 -que ahuyento a más niños de las regaderas que ninguna otra película de este género-, son ejemplos ponderados e inequívocos en su trabajo, el que consiste en asustar a los lectores y espectadores. Sin embargo, quizá la producción más legendaria de la lista de King sea también la más problemática para él: “El resplandor”, dirigida por Stanley Kubrick.
“Así que ha sido un fantasma el que ha corrido los cerrojos -dijo Emily tratando de reírse de sus propios temores-, ya que dejé esa puerta abierta anoche y me la he encontrado cerrada esta mañana. Annette empalideció y no dijo una palabra”.
Ann Radcliffe
Hay quienes afirman que Kubrick introdujo en el filme referentes simbólicos a conspiraciones y mensajes subliminales con imágenes potentes que aprendió de la publicidad, como la del ascensor atestado de sangre o las gemelas en el pasillo. La concepción del director sobre la trama se alejó del libro y consiguió formar una identidad independiente.
“El resplandor” es una alegoría de los demonios internos, de los monstruos del individuo escenificados en otras formas,en este caso el hotel Overlook, una morada para turistas que se encuentra en temporada baja, sumergido en una naturaleza maligna que apunta al pasado de sus habitantes, que converge con el perfil del alcohólico rehabilitado Jack Torrance, su cuidador, quien después de encarar sus fantasmas internos y los del hotel, decide matar a su familia con un hacha.
Aun en nuestros días, alejados del oscurantismo y de la inquisición, muchas de estas historias ilustran una guerra entre el bien y el mal, una dualidad que precede a la cultura moderna.
“La profecía” (1976) de Richard Donner parte de ello: un niño criado en alta sociedad parece ser la encarnación del anticristo. Esta película representó un relato fresco, apartado de la estética senil de los primeros años del siglo XX, y conmocionó a los espectadores.
“El exorcista” es, en muchos sentidos, el logro más azaroso del cine de terror. Plantea una estructura presumiblemente perfecta en la que la religión que marcó la obra de Mary Shelley fue incorporada a una narración atrayente, en un completo suceso cinematográfico, una mezcla entre ritos y procedimientos médicos, entre la cordura y la creencia. El estudio del que parte la película se basa en uno de los dogmas más antiguos del hombre, la eterna parábola de lo divino contra lo maligno. Una trama que a momentos juega con la psiquiatría y la terapia de Regan.
Hay un cuestionamiento que he planteado en diferentes ocasiones: ¿la cinta hubiera podido convertirse en un thriller que mantendría al espectador indeciso sobre si los sucesos son el resultado de una condición mental de la niña? El punto de cocción en este largometraje no nos deja la menor duda de la naturaleza sobrenatural del hecho, el miedo se basa en lo desconocido. pues los hombres son propensos a coquetear con lo oculto. William Peter Blatty escribió la novela que nos muestra al sacerdote Damien Karras, carcomido por la culpa, el remordimiento y su fe confusa -que hace las de Mia Farrow en “El bebé de Rosemary”-, con quien nos identificamos, y finalmente quien resulta el héroe de la historia.
Para completar con su gran armonía gótica, el montaje de la película es impecable; sus interpretaciones la hacen un clásico inmediato: con Linda Blair como protagonista y Max Von Sydow en uno de los mejores actores del cine, el exorcista es al cine de terror lo que el “Ulises” de James Joyce a la literatura universal: la piedra angular de su género.
No es necesario ir a buscar monstruos en excavaciones en medio de los desiertos de Iraq, los monstruos están aquí, con nosotros: al despertar, al vestirnos, al salir por la mañana y cuando volvemos a casa a dormir, los monstruos siguen ahí. Están en lo íntimo de nuestras entrañas y somos capaces de verlos.
Las historias de terror son una catarsis, un exorcismo para nuestros más profundos demonios y por eso nos gustan. No hay algo más inexplicable que el corazón del hombre y la crudeza de la que es capaz, pero desatar esos sentimientos en las historias de monstruos, donde algún héroe inesperadamente pueda detenerlos, quizás sea mejor que hacerlo aquí, uno contra otro.
Fuente: Cultura Colectiva