Críticas de Cine y Artículos

El arte de hacer del genocidio un éxito en taquilla

¿Cómo hacer de la guerra un espectáculo, de la violencia algo rutinario y transformar los horrores bélicos en éxitos taquilleros?

El cine bélico de Hollywood estuvo dominado durante la segunda mitad del siglo XX por grandes producciones llenas de efectos visuales, explosiones y sobre todo, mucho heroísmo. La Guerra Fría fue el marco perfecto para que la industria cinematográfica de Estados Unidos mostrara al mundo los valores que se persiguen en la guerra: un patriotismo exacerbado, la valentía y el deseo de protección a la nación y todos sus habitantes ante riesgos inminentes.

La lógica de la primera oleada de películas bélicas dentro del contexto de la Guerra Fría es sencilla y cumple con la misión discursiva de alertar a la población sobre un posible escenario catastrófico, al mismo tiempo que funciona como propaganda del American Way of Life. En este caso, los rusos son la amenaza permanente, no a un modo de vida, sino al orden establecido y a la paz mundial. Ante el progreso norteamericano, la Unión Soviética se presenta al espectador como un montón de desequilibrados mentales, villanos de oficio sedientos de sangre que sin alguna razón aparente más que el odio irracional a los estadounidenses, pretenden aniquilar los valores sobre los que se forjó la nación más poderosa del mundo.

La histeria crecía aún más cuando se presentaba al público que no sólo era el ideal de nación lo que estaba en juego, sino el mundo entero.

La libertad, la democracia, la capacidad de consumo y sobre todo el sueño americano, están en riesgo. Más que nunca, hace falta que los cazas, el sistema de defensa y los misiles apunten hacia ambos lados de la costa, porque el peligro se vislumbra de los Apalaches a la Sierra Nevada, de los bosques de Washington a los pantanos de Florida. La histeria crecía aún más cuando se presentaba al público que no sólo era el ideal de nación lo que estaba en juego, sino el mundo entero. La situación no era para menos: en el imaginario de Hollywood, los rusos organizaban a los partidos comunistas al interior de los Estados Unidos (“The Red Menace” –1949), enviaban espías a colaborar de cerca con los altos mandos encargados de la seguridad nacional (“The Iron Curtain”– 1948), fabricaban armas biológicas con prisioneros americanos (“The Whip Hand”– 1951) y desarrollaban bombas nucleares que sólo requerían de un instante de locura para hacer realidad el peor escenario apocalíptico.

Con el futuro del mundo pendiendo de un hilo, la avanzada de un ejército de paladines dispuestos a batirse en defensa de la libertad en cualquier rincón del globo estaba más que justificada. Ningún gasto público en la industria militar es demasiado cuando se trata de defender la soberanía y asegurar el triunfo del progreso humano. La máxima de vulnerabilidad ante un riesgo inminente se repite durante el último medio siglo, pero el enemigo en común cambia, se transforma como un villano imposible de vencer.

Si durante la Guerra Fría la avanzada militar estuvo justificada para impedir la expansión de la Unión Soviética, desde la caída del Muro de Berlín y hasta nuestros días, el siglo XXI asistió al nacimiento del nuevo némesis del orden mundial: el terrorismo. El campo de batalla se trasladó del Pacífico, Cuba o el propio territorio a Iraq, Afganistán y todos los países de Medio Oriente donde el ejército y los marinos norteamericanos han intervenido en los últimos 15 años; sin embargo, la narrativa heroica resultó fuertemente dañada a partir de los hechos en Vietnam y la postura de la población estadounidense de poner un alto a la guerra. Historias análogas debieron desarrollarse para volver a atraer al público a la taquilla: “Top Gun” (1986), “Saving Private Ryan” (1998) y “The Hurt Locker” (2008) son los últimos intentos explícitos por normalizar la violencia de guerra y encontrar héroes, humanidad y valores nacionalistas donde hay genocidio, muerte por doquier y pérdidas de ambos lados a partir de las pretensiones económicas del país de la bandera tachonada de estrellas.

A partir de entonces, una mezcla de películas bélicas invadió la pantalla grande con otra óptica que a través del dramatismo, asoma el lado más crudo de la guerra que durante mucho tiempo se mantuvo oculto en Hollywood, pero sólo desde el punto de vista norteamericano. El drama juvenil en películas bélicas que iniciaron con “Born on The Fourth of July” (1989) incluye a individuos normales, con aspiraciones y sueños que deciden enlistarse o deben cumplir con su llamamiento al ejército y son víctimas de un conflicto que no logran comprender, representan tan sólo el primer paso, aún sesgado, para deshacerse de la normalización de la guerra y la violencia a través de las películas.

Filmes valientes como “Apocalypse Now” (1979) y “Dr. Strangelove or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb” (1964), de Kubrick, se negaron a cambiar el guión original a pesar de la petición de la defensa de Estados Unidos después del contexto de macartismo y la “caza de brujas” organizada en Hollywood, respaldada por todas las productoras en la “Declaración de Waldorf”, a partir de la cual el gobierno creó listas negras de guionistas y productores encarcelados que consideraba peligrosos por sus ideas comunistas.

A pesar de la subvención del Pentágono a la industria cinematográfica bélica, conocida como “Operación Hollywood”, mención aparte merecen “The Situation” (2006), de Philip Haas, “Redacted” (2007), de Brian de Palma y “Taxi to The Dark Side” (2007), de Alex Gibney, que se atreven a mostrar la verdadera cara de la guerra a través de testimonios reales, los abusos de los soldados y la situación política detrás de las continuas invasiones a Medio Oriente.

Fuente: Cultura Colectiva

Acerca del Autor

Ruben Peralta Rigaud

Rubén Peralta Rigaud nació en Santo Domingo en 1980. Médico de profesión, y escritor de reseñas cinematográficas, fue conductor del programa radial diario “Cineasta Radio” por tres años, colaborador de la Revista Cineasta desde el 2010 y editor/escritor del portal cocalecas.net. Dicto charlas sobre apreciación cinematográfica, jurado en el festival de Cine de Miami. Vive en Miami, Florida.