Basta con leer el título de este artículo para saber que con él estamos vendiendo una mentira. No creas jamás a nadie que diga que ha sabido elegir los 33 mejores planos de entre X años porque el cine es un universo inabarcable y la memoria un pozo de engaños y raptos. Así que sí, lo que hay a continuación es una selección personal, pero al menos garantizamos que los planos escogidos se cuentan entre los momentos más audaces de un puñado de películas de los últimos tres lustros. Las hay importantes en la historia fílmica, las hay peculiares y otras algo más desconocidas, pero elijas la que elijas, encontrarás en ella al menos un poquito de arte detrás.
Ese ha sido nuestro criterio, planos que nos gritaban información. Como sabrás,hay otras listas en las que se escogen los planos más bonitos, pero como eso lo puedes encontrar extensamente en la red, aquí no haremos exactamente eso (aunque eh, la mayoría son fotogramas realmente hermosos, todo sea dicho), sino encumbrar esas otras imágenes que demuestran un gran poder ilustrativo. Lo siguiente, eres tú. No nos digas qué plano desecharías, sino cuál te falta. Cuál es el tuyo y, según tu criterio, meterías en una lista de este estilo. Allá vamos.
Deseando Amar, 2000
La película de amor de este siglo… aunque se estrenara en el año 2000. Nadie ha sabido en este tiempo representar de una forma tan estilada y noir el romance derrotista y melancólico que golpea en cada plano a sus protagonistas. Aunque sonrían, aunque sólo hayan bajado a por comida, siempre se están mirando el uno al otro, pero en el recuerdo, en la distancia. Un título falso y un plano, este paneo que hemos fusionado en una imagen, que lo resume todo: dos almas en busca de la emoción a dos no resuelta. Gracias, Wong Kar-wai.
Mulholland Drive, 2001
La persistencia de la memoria, la imposibilidad de escapar de uno mismo, de nuestros terrores, de nuestras culpas. Eso es lo que finalmente percibe Betty/Diane Selwyn mientras tiembla, incontroladamente, en las butacas del Club Silencio. El sueño se transforma en pesadilla en Mulholland Dr. No hay banda, no hay orquesta. Todo es una ilusión a punto de llegar a su fin. David Lynch a los mandos.
Millennium Mambo, 2001
El punto de arranque de los 2000 será para algunos el alzamiento de Radiohead o Destiny's Child, pero para los cinéfilos será el paseo de Shu Qi al arranque de Millennium Mambo. Una de las joyas del taiwanés Hou-Hsiao Hsien, cuyo momento más vigorizante es esta joven danzando, adentrándose despreocupada en un túnel fluorescente. La viva imagen del período en el que se representa.
El arca rusa, 2002
¿Dónde empieza y dónde termina el plano en una película que es un plano secuencia? Por esa opción narrativa es por la que optó el intelectual Alexander Sokurov para adentrarse en el majestuoso Palacio de Invierno de San Petesburgo, donde se esconden barracones de arte e historia rusa, esa identidad que parece conllevar siempre una relación de amor/odio para los que la poseen. Aquí el Marqués de Coustine entra a una de las salas ocultas. “Sólo veo los marcos, no están los lienzos”, dice como guiñando a esa cuarta pared que trasluce a cada paso que da este fastuoso dispositivo con más de 2000 actores y 300 años de historia. Para hablar de la madre hay que pensar a lo grande.
Lost in Translation, 2003
Todo ha llegado a su fin. El aislamiento, la incomunicación. También la muda complicidad que habías creado con la única persona que aquí, en mitad de Tokio, podía entenderte. En este gesto final vemos la explosión de la catarsis que el sutil ejercicio romántico de Sofia Coppola nos había reservado... y ni por esas se nos va a revelar qué es lo que todo esto ha significado para ellos. Pero estamos de acuerdo con la cineasta: hay cosas que es mejor dejar sin traducir.
Elephant, 2003
Esta película de Gus Van Sant logró ponernos, al tiempo, en el punto de vista de los agresores y de las víctimas gestados en esa violencia que rodea a los adolescentes estadounidenses dentro de su peculiares microuniversos, llenos de símbolos y rituales a obedecer. Este plano es el punto de unión de dos de las tomas que se enfrentarán para sincopar los puntos de vista de la película, haciéndonos ver cómo todo lo que nos había contado hasta ahora es sólo una parte de la historia. Que siempre hay que contar con los otros testimonios. Que no para todos las cosas se ven de la misma forma.
El Viaje de Chihiro, 2003
No es la mejor película del Studio Ghibli, pero sí la más reconocible de Hayao Miyazaki de este siglo. Aquí, Chihiro mirando por primera vez el Castillo al que se adentrará. Este es el momento en el que la magia comienza a hacer efecto. Cuando deje de contemplar el edificio, se dé la vuelta y vuelva a buscar a sus padres, se dará cuenta de que ellos se han convertido en cerdos. De que por adentrarse donde no debían ahora no hay vuelta atrás. El viaje ha comenzado.
Amanecer de los muertos, 2004
Hay muchos momentos de la vida real, ciertos asuntos, en los que no sabemos identificar el punto exacto en el que supimos que todo se iba a la mierda. No es el caso de esta peli de Zack Snyder, en la que tenemos este paneo que logra que la protagonista (y los espectadores) asimile que la vida suburbial americana ha caído presa de un virus en busca de la violencia y la anarquía. Todas las medidas de control y seguridad que adaptes ahora serán pocas. Ya es demasiado tarde.
Nadie Sabe, 2004
Una escena que en apariencia podría parecer cálida, a no ser que hayas llegado al momento en que se presenta en esta película de Hirozaku Kore-eda, uno más de los discípulos de Ozu. Aquí, reunidos en la oscuridad del hogar japonés, en su postal prototípica, vemos que no hay otro culpable que el conjunto de la sociedad misma.
El sabor de la Sandía, 2005
Una terrible sequía ha llegado al país y tan sólo unos pocos privilegiados atesoran el escaso agua restante. Si el sexo es una cuestión de poder, entenderemos que nada más afrodisíaco, en una situación como ésta, que palpar con los dedos y la lengua algún retazo de humedad. Y sí, la fruta actúa como reclamo erótico en este Cunnilingus Cucurbitaceae retratado en plano fijo. Imposible apartar la mirada de cómo Tsai Ming-Liang recrea el pecado original en las sedientas calles de Taipei.
Tropical Malady, 2005
Un soldado y un campesino se aman en el difícil ambiente homófobo de la Tailandia contemporánea. Una premisa así, que hubiera servido de centro temático para cualquier otro director, no es más que el punto de partida de un discurso mucho más profundo para Apichatpong Weerasethakul, autor capaz de manipular los ejes cinematográficos (el tiempo, el espacio) a placer. Las dificultades de estos jóvenes van más allá de la brutalidad de las bestias, que sólo vemos en un pequeño momento del metraje. No, este noviazgo también alude a algo más profundo y misterioso: la relación entre el hombre y la naturaleza, entre el artificio y lo espiritual. Y en esta imagen chocan, demostrando tanto amor como miedo y discordia.
Hijos de los Hombres, 2006
Alfonso Cuarón firmó una de las historias distópicas más escalofriantes de estos últimos años. No por lo salvaje de sus imágenes, sino por la cercanía de lo que vemos. Si el día de mañana nos dicen que viviremos en un mundo tecnológicamente más desarrollado que el de hoy pero en el que sigamos teniendo coches diesel, estado policial, infertilidad generalizada y crisis humanitaria, nos lo creeremos. En este plano, la soberbia de los hombres, de los ricos, mejor dicho. No importa que puedan darse el placer de comer delante del Guernica de Picasso, sus vistas seguirán siendo un mundo en ruinas.
Inland Empire, 2006
Si el cine de David Lynch es una progresión hacia un mundo donde las imágenes se han independizado de su contexto y tienen relevancia por sí mismas, en Inland Empire, su último largometraje hasta el momento, es donde dicha emancipación se hace más patente. Los planos de los rostros de sus protagonistas, engullidas por un torbellino de identidades mezcladas, muestran, sin más apoyo que su propia composición, el conflicto interno que las atormenta. La actriz devorada por el personaje, la mujer canibalizada por la representación.
Paprika, 2006
Fue la última película de un director, Satoshi Kon, en constante experimentación con el medio en el que trabajaba: el cine de animación. En esta ocasión se adentraba en el mundo de los sueños de la mano de un agente doble (y de doble personalidad) que podía traspasar sus fronteras a su antojo. De entre esos pliegues simbólico/espaciales, los visuales, como el que vemos en este plano, uno más de una introducción que sólo te dejará con la boca abierta.
La comedia de la vida, 2007
Si no conoces el cine de Roy Andersson, es mejor que sepas que su comedia es lo más depresivo que puedas ver jamás. Por mucho que tipos como Louie o Daniel Clowes lo intenten, el humorista de alma más destrozada es sin duda la suya. Eso sí, cualquiera de los tableaux vivants de sus películas son intercambiables con el plano que hemos dejado aquí (bueno, normal, es cine de sketches). Un cuidado estilístico tan preciso como el de Wes Anderson, aunque en las antípodas en cuanto a pretensiones. Europa no es ese bastión de la cultura en el que nosotros creemos vivir, sino un cuerpo enfermo y flácido que se pudre.
4 meses 3 semanas 2 días, 2008
Impacta mucho más lo que vemos justo antes de que se produzca este encuadre de los rostros de las protagonistas, pero es la reacción de ellas lo que aquí importa. Hasta este momento, hemos transitado en el largometraje de Cristian Mungiu por un paisaje típico del cine contemporáneo rumano: una sucesión de pequeños gestos envueltos en la conformidad del realismo que proyectan una imagen simbólica de la penuria de la cotidianidad en un país que no quiere explicitar sus penas. Siempre conteniendo la explosión del trauma, como vemos que hacen estas chicas ahí mismo.
Enter the Void, 2009
Gaspard Noé, como Haneke o Lars von Trier, son nombres de un cine que conlleva tantos problemas morales en el espectador como ganas de epatar desde su propuesta. Enter the Void no iba a ser menos. Una bomba freudiana e hiperviolenta rodeada, eso sí, desde una premisa de lo más interesante: el espectador es un fantasma, un muerto volante que vaga visitando asuntos pendientes que, ahora sí, puede ver sin que nadie se lo reproche. Voyeurismo extremo.
Canino, 2009
Una de las obras que mejor desarrollan las posibilidades de la teoría conductual del aprendizaje y de la lingüística. Por eso mismo, por saber que se trata de unas criaturas educadas bajo unas normas que nos son ajenas, la obra de Yorgos Lanthimos es refrescante e imprevisible. Aquí, una de las hijas jugando con un avión, con uno que es al tiempo de juguete y de verdad, tal y como le ha explicado su padre. Descansando en paz en su burbuja de realidad.
Un tipo serio, 2009
¿Es esta la película más existencialista de los hermanos Coen? Seguro es la más judía. Por algún motivo que se nos escapa, en esta escena final vemos cómo es muy posible que el hijo del protagonista, un hombre serio y acuciado por la necesidad de conocer el sentido de la vida, haya vivido esa epifanía de conocimiento que a su padre le ha sido negada. O espera, ¿Tal vez somos nosotros dándole más importancia a lo que vemos? En cualquier caso, un tornado que es una broma contenida.
Cisne Negro, 2010
Cine de cuerpos en busca de la perfección, de espejismos y de rivalidad con el mundo externo y el interno. Darren Aronofsky hace que Natalie Portman quiebre psicológicamente para reconocer por fin al Cisne Negro en el espejo. Es decir, al auténtico, uno que aún no tenemos claro si es la copia, el original, una sombra o un anhelo pero que en cualquier caso le ha llevado ya, justo ahí, a abrazar el abismo. Y el corazón Argento.
Film Socialisme, 2010
De los tres movimientos que componen Film Socialisme, es al final del primero de ellos, ese viaje de resonancias homéricas por la Europa del Siglo XXI, donde la estética recurrente del último Jean-Luc Godard aparece con más nitidez. Los colores saturados, el estudio sobre las geometrías, los objetos dotados de su luz interior… ¿es el punto sin retorno en el camino del cineasta europeo más influyente de los últimos 60 años? Ojalá todo el tiempo para saberlo.
El Árbol de la Vida, 2011
No son muchas las películas que ejerciten el vaciado narrativo y que acaben en nuestras salas, pero ahí estaba Terrence Malick para intentarlo. En su poema visual cabe de todo, volcanes, dinosaurios, cristianismos y paternidad. El pie de un bebé entre las manos de su madre o un himno a la vida y no hay más vuelta de hoja, aunque las capas de intensidad de su mensaje dependan del grado de hechizo que esta galería de imágenes y sonidos logre con cada espectador.
Drive, 2011
No nos queda otra, ser seres humanos y héroes verdaderos. Aunque aquí ya empezábamos a sospechar que lo de Nicolas Winding Refn se tratan más de ejercicios de estilo que condensan referencias pasadas que de una historia que justifique su derroche visual. Pero a quién le importa. Donde más alto ha volado Refn es, sin duda en Drive. Y sus neones. Y su banda de sonido. Y su acción de los 80 mitificada. Un guión técnico que grita a los cuatro costados déjame guapa para la foto. Mira qué hercúleo está ahí Gosling.
El caballo de Turín, 2011
Padre e hija pasan los días comiendo patatas hervidas, a veces con el lujo de una pizca de sal, bajo un silencio denso y abrumador, repitiendo una rutina que no tiene fin. La austeridad va por dentro, pero Béla Tarr hace de ella un espectáculo, como así indica su poderosa fotografía de blanco y negro de grano pesado. Todo, para elevar, hasta las últimas consecuencias, cada gesto de vida hasta que llegue el fin del mundo.
Casa de la Tolerancia, 2011
Bertrand Bonello se adentra en el mundo de las prostitutas. No en el de unas cualquiera, sino en el de las privilegiadas mujeres que podían vender sus servicios en una Maison Close, burdeles de principios del XIX para los acaudalados franceses que atendían no sólo los placeres más extraños, sino un trato con el cliente más exquisito. Nada de esto quita que se trate de un trabajo, de una explotación, en este caso de la típicamente femenina, a la que aquí es imposible retratar sin participar de ese juego de abuso del que los mirones tampoco podemos huir. Cada plano de esta melancólica película (el director se lamenta del fracaso de este lujoso modelo laboral, pues hoy en día este gremio lo tiene más difícil) es conflictivo. Ella no mira a cámara, pero ese hombre-eco que vemos en los espejos también somos nosotros.
La Vida de Pi, 2012
De acuerdo, aquí podríamos haber metido al Nolan de Origen, al Snyder de… cualquier película de Snyder, e incluso El Señor de los Anillos, que los ejemplos sobran. El cine de golpes de efecto visuales (aunque vacuos) es, queramos o no, uno de los estandartes del cine digital. Elegimos para representarlos La vida de Pi de Ang Lee, que como vemos en esta imagen, bebió a su vez mucho de The Fall de Tarsem Singh.
The Master, 2012
The Master no es la película más satisfactoria de Paul Thomas Anderson, es la más sofisticada, la que llega más lejos a la hora de plasmar un discurso en imágenes por mucho que prescinda de aperturas en plano secuencia. Este de aquí arriba es Freddie, un cuerpo consumido por el estrés postraumático de la IIGM. Pero eso no lo sabemos todavía, aquí sólo parece ser uno más de entre los jóvenes marineros que se han llevado el premio de volver a casa. ¿Es ese un momento de gloria al sol o un alma que juguetea con la idea de la autodestrucción?
It’s Such a Beautiful Day, 2012
A primera vista los dibujos de Don Hertzfeldt son los propios de un niño de preescolar, y aun así, las historias que cuenta y cómo las expresa llevan más enjundia de la que podríamos inferirle si nos quedamos en la superficie. Hertzfeldt es capaz de trasmitir un estado anímico con el que muchos espectadores, esos que todavía conserven dentro de sí algo del angst adolescente, se sentirán plenamente identificados. Ese de ahí es Bill en los últimos minutos de su existencia, observando la irremediable caída. El trazo de su boca es una línea irregular cualquiera, y sin embargo sabemos perfectamente cuál es su traducción emocional. Sí que unos monigotes sean capaces de conmoverte más que las películas que ves normalmente en cartelera no es talento, nada lo es.
Costa da Morte, 2013
La niebla, el bosque, el misterio. Quizás haya pocos ejemplos mejores de cómo un plano puede describir, contener, ser microcosmos, ya no de una película, sino de un movimiento cinematográfico. Los árboles de Lois Patiño ejemplifican la persistente relación del Novo Cinema Galego con la tierra que le dio origen, la búsqueda de las raíces, físicas y estéticas, de un pueblo en constante peregrinación.
Cavalo Dinheiro, 2014
A Pedro Costa le llaman maestro de las sombras y aquí, en el purgatorio de la memoria histórica lisboeta, las abraza como nunca antes. Carne viva o espíritus de la oprimida sociedad post-colonial se manifiestan en una obra que quiere rendir cuentas con el pasado y mirar, también, hacia adelante. Con pena y alegría. Con dignidad. Una mujer se adentra en este edificio para recordar a su fallecido esposo, aunque su protagonista afirma que se encuentra con él en el hospital. Tienen la misma enfermedad, un temblor nervioso.
Mommy, 2014
Lo de Mommy es un truco visual tan sencillo que lo que hay que preguntarse es por qué no lo había aplicado antes nadie a su narrativa. No comentaremos en qué consiste para no arruinarle el visionado a quienes no hayan visto este melodrama de Xavier Dolan, sólo dejaremos caer la banda de sonido que oímos al ver este plano: Wonderwall de Oasis.
National Gallery, 2014
Si vamos a hacer un documental sobre la National Gallery hay que preguntárselo: ¿cómo enmarcar un cuadro? ¿Es lo ideal un plano detalle? ¿Un plano general? ¿Cómo hemos cambiado el significado de una obra si la manipulamos jugando con el punto de vista o la introducción o no de la voz de uno de los guías del museo? ¿Y si mientras lo filmamos pasa una persona por delante? La NG, dicen, no se encuentra en uno de sus momentos más esplendorosos. No parece tampoco casualidad que Frederick Wiseman introduzca en el montaje final ese comentario de una experta que defiende la necesidad de tener en cuenta la mirada y la opinión del público para el futuro de estos espacios de arte.
Cemetery of Splendour, 2015
Y vuelve Apichatpong Weerasethakul a nuestra lista con su última película, una realidad en la que la población se ve empujada por fuerzas sobrenaturales a quedarse dormida. Aquí la fusión entre dos planos. Por un lado, soldados comatosos enganchados a unas máquinas luminosas que les ayudan a conciliar un mejor sueño. En el otro, el pueblo despierto utilizando las escaleras de un centro comercial, abajo las tiendas y arriba los cines. El esquema de un circuito cerrado.
Fuente: Magnet