En cierto momento de su The Pervert’s Guide to Cinema, Slavoj Zizek dice que “con la música nunca se puede estar seguro”, pues “en la medida en que externaliza nuestras pasiones más profundas, la música es siempre una amenaza”.
La mejor forma de explicar esta afirmación de Zizek es con un ejercicio de evocación que seguramente muchos de nosotros podemos hacer. Basta pensar en esas ocasiones en que una obra musical nos ha hecho sentir de determinada manera, aparentemente sin un motivo explícito. Música que nos hace llorar, otra que nos hace felices, otra más que nos hace recordar. Siempre sin un motivo aparente. Esa es la amenaza a la que apunta Zizek: la capacidad de la música por llevarnos a lo que de verdad sentimos pero que a veces fingimos ignorar, marginamos, hacemos como que no lo vemos. Pasamos mucho de nuestro tiempo apartándonos de algo que nos duele o nos alegra o nos entristece y bastan algunos cuantos acordes, algunas notas, para tenerlo de nuevo ante nosotros, absoluto, soberano, en toda su forma.
Para este post reunimos nueve piezas del repertorio clásico que, creemos, son capaces de convertir cualquier episodio de nuestra vida en un momento épico (dicho laxamente), un instante que de pronto, imprevisiblemente, adquiera un grado de trascendencia que antes parecía no tener, como si acciones tan cotidianas como ir en el transporte público o preparar la cena fueran momentos cruciales en nuestra existencia cotidiana –como, en efecto, lo son: todos los instantes lo son.
Wagner: Preludio y “Liebestod” de Tristán und Isolde
Un par de piezas que, sobre todo, enternecen. El mundo se transforma violenta pero plácidamente cuando a su suceder imparable, múltiple, se superpone la música de Wagner. Aun lo más mínimo, aun lo más trivial, aparece entonces recubierto por la pátina del hecho estético, que ocurre sin más, en el corazón mismo de la vida.
Schönberg: Verklärte Nacht
La Noche transfigurada de Arnold Schönberg es una pieza quizá fuera de lo que estamos habituados a escuchar pero que, anímicamente, está dominada por el misterio, el enigma. Escucharla puede hacernos sentir como si transitáramos por un callejón oscuro en el que cualquier cosa podría suceder.
Beethoven: Sinfonía No. 3 “Eroica”
Al comentar el inicio de la 3ª Sinfonía de Beethoven en The Infinite Variety of Music, Leonard Bernstein dice del inicio de la composición que esos dos primeros acordes que se escuchan son “meramente decorativos, pues no son estrictamente temáticos; pero una decoración más en el orden de dos poderosos pilares en la entrada de un gran templo”. Una pieza heroica para dar heroísmo a los hechos de nuestra vida diaria.
Mahler: Sinfonía No. 1 “Titán”. II: Kräftig bewegt, doch nicht zu schnell
ahler
El segundo movimiento de la Sinfonía Titán de Mahler tiene una épica singular, mezcla de folclore y romanticismo tardío, perfecta para ciertas caminatas y paseos.
Smetana: Vltava
El famoso poema sinfónico de Bedřich Smetana tiene a favor cierto aire grandilocuente que puede llegar a contagiarse a casi cualquier acción que emprendamos.
Beethoven: Obertura de Coriolan
Una pieza que por su origen –adaptación de una obra dramática en torno a Cayo Marcio Coriolano, general romano que pasó a la leyenda por su liderazgo increíble– infunde valor y coraje, haciendo que cosas como cruzar una calle o prepararse el café de la mañana sean hazañas verdaderamente intrépidas.
Shostakovich: Sinfonía No. 8
Una pieza extensa que cubre un abanico amplio de emociones, de la nostalgia a la osadía. Por lo mismo, puede convertirse en la guía que nos conduzca por una travesía inesperada a zonas ignoradas de nuestro ser mientras, paralelamente, hacemos lo que hacemos todos los días.
Mahler: Sinfonía No 5. IV: Adagietto. Sehr langsam
Sin duda una de las piezas sinfónicas más bellas en la historia de la música, capaz de convertir cualquier instante en una especie de refugio inviolable, un punto del espacio-tiempo donde nada puede ocurrir ni suceder salvo la música misma y los efectos que causa sobre quien la escucha.
Fuente: Pijama Surf