“Un intelectual es el que dice una cosa simple de un modo complicado. Un artista es el que dice una cosa complicada de un modo simple.”
― Charles Bukowski
Aleksandr Sokurov, director del “Arca Rusa” (2002) es probablemente el más famoso ejemplo de cómo crear una película enteramente rodada en una toma larga y sin cortes... hasta “Victoria”. Con 138 minutos de duración, Victoria es casi unos buenos cuarenta minutos más larga que la obra de Sokurov, pero eso no debe descontar la calidad impresionante de su película. La cinematografía no son los Juegos Olímpicos, y como cuestión de hecho, Victoria no podría haber sido más diferente de “El arca rusa”. Una de ellas es elegante, señorial y pseudo-histórica. La otra es áspera, cruda y políticamente actual.
Dirigida por Sebastian Schipper, cuyo nombre francamente no he oído hablar, Victoria cuenta la historia de una joven española que coquetea con un berlinés local después de una noche de fiesta. Así que ella, Victoria (Laia Costa), él, Sonne (Frederick Lau), y sus compañeros de copas en un paseo después de la medianoche se conocen.
La cámara de Schipper persigue al grupo en tiempo real, los actores improvisan sus líneas, movimientos y expresiones. Las actuaciones son increíblemente naturales, aunque es probable que no te des cuenta de que en los primeros, digamos, veinte minutos, parecen estar apegados a algún guion o acuerdo con el director.
Después de un tiempo de admirar trabajo técnicamente asombroso, los malos pensamientos pueden llegar a tu cabeza, por ejemplo: de que tal sí (bueno, ¿y si el operador de la Steadicam tropieza y se cae? ¿Y en caso de que tenga un dolor de barriga?). En resultado vemos que estos absurdos pensamientos fueron absorbidos por la intimidad y la intensidad del drama. La forma en que parece que se ha logrado con facilidad y sin esfuerzo aparente, se le suma a la experiencia cinematográfica impresionante.
A lo largo de la película somos testigos de cómo en sólo dos horas el destino de Victoria cambiaría drásticamente a medida que se adentra en un terreno desconocido. Victoria toma la forma de una película con dos mitades, con la segunda mitad se convierta en una película de acción.
Hay momentos de suspenso inesperado, pero es que son emociones humanas, para el espectador es casi imposible no vivirlas, sobre todo en los últimos veinte minutos.
En su esencia, “Victoria” no se trata tanto de un grupo de inadaptados que operan en los márgenes de la sociedad, clama por un propósito más elevado para guiarlos (en este caso, están obligados a cometer un crimen). Pero las consecuencias de la falta de voluntad política y social para hacer frente a la delincuencia juvenil salen a flote. La parte más triste no es cómo sus acciones causan daño social, sino que estos forman nuestra sociedad, y el daño, es constante, repetitivo e hiriente.
“Victoria “ es un torbellino de 138 minutos, de una toma larga, técnicamente asombrosa, pero lo más importante, es que se basa en la intimidad del teatro y actuaciones con facilidad y sin esfuerzo .