Ya eran las 5:00 am y no había dormido nada. Me había pasado la noche viendo una serie de películas en un canal de cable que no recuerdo. Creo que era la primera vez que notaba lo silencioso que podría ser una clínica de noche, creo que era la primera vez en 15 años que amanecía despierto y estaba feliz. Y no solo feliz, sentía que estaba pagando una deuda, una deuda de amor y dedicación, “querer a una noche de no dormir, si ella se había pasado su vida entera haciéndolo”. Es cierto, pues cada vez que estaba enfermo, ella no dormía, y claro está, yo dormí en su cama hasta los 12 años. Era una cama grande, cómoda y estaba ella, (además tenia televisión a color). Las razones por las que a veces no dormía podían ser por mi constante y persistente tos, o la preocupación, o simplemente no dormía porque quería estar al tanto de mis necesidades de momento.
Yo recuerdo ese día en el que fui atropellado. Tenia unos 8 años y un carro me chocó de costado, y volé por los aires. Debo confesar que fue algo gracioso, ya que recuerdo estar en el aire (adolorido) en una especie de cámara lenta, y mi próximo recuerdo fue despertar en Emergencias de una clínica, con la persona que me atropelló preguntando mi número de teléfono. Siempre fui bueno con números de teléfonos (hasta que tuve mi primer celular), así que imagino que lo dije correctamente, ya que cuando desperté de nuevo, vi el rostro preocupado de ella y el de una vecina, preguntándome si estaba bien. Recuerdo que solo respondí moviendo la cabeza, diciendo que si. Lo próximo que recuerdo fue llegar a casa, luego de verla a ella dándole una tanda de insultos a la persona que me atropelló. La vecina nos llevó a la casa, pues no teníamos vehículo en ese entonces, e increíblemente, lo que mejor recuerdo de ese día fue el momento al llegar a casa.
Tenía miedo, mucho miedo, porque había violado la regla de “no estar en la calle pasadas las 7:00pm”, y creo que ese jodido accidente pasó a eso de las 7:01pm, esas cosas pasan cuando no cumples las reglas. Pero volviendo al recuerdo, las reglas fueron normas en mi vida, y creo que hasta la fecha es parte de quien soy. Todo lo hago con reglas (pido disculpas a las personas que me rodean), y parte de las reglas, mientras fui creciendo, tenían que ver con no poder sentarnos en los muebles de la sala, ya que esos muebles eran específicamente para las visitas y momentos especiales. Eran unos muebles grandes y rojos hechos de una especie de poliéster de alta calidad (si es que esto existe). Pero ese día del accidente algo cambió. Llegando a la casa, ella me carga (mi primera sorpresa) y aterriza mi cuerpo en la parte más ancha de los mencionados muebles escarlatas, (segunda sorpresa). Yo insistí que no era necesario, que me podía ir al piso (tenía un temor increíble de ensuciarlos), pero ella con todo el amor del mundo insistió que me quedara, que yo me lo merecía y debía estar ahí. Lo que continuó, realmente movió mi mundo. Ella giró la televisión de la sala hacia mí (algo terminantemente prohibido), subió mis pies al mueble y me trajo una ‘’Malta India’’ (malta de raíz) en un vaso con mucho hielo, y no solo me lo trajo, sino que la colocó en la mesa de cristal. Para ese entonces, ella misma había violado como quince reglas, pero que más da, ella las había creado. No puedo negar que estaba preocupado por la condensación del vaso en dicha mesa de cristal.
Creo que la lección de ese día no fue aprender a romper las reglas, ya que creo que las reglas que ella imponía eran para el desarrollo de la disciplina y la obediencia, algo que siempre me acompañó (bueno, no siempre lo cumplo). Si en algún momento fallo en uno de estos objetivos, no puedo culpar mi educación en el hogar, debo culpar la charlatanería del momento.
Ese día descubrí su amor hacia mi, y que eso de ser la madre recta y disciplinaria, era un personaje, un personaje con un propósito. Pero ella se tomaba tan en serio su personaje que en dicha caracterización, me llego a poner de castigo de verdad con una que otra ‘’pela’’ incluida, la mayoría merecidas.
Ya eran las 6:30 am y mi tía Yanet, llega a hacerme relevo en la clínica. Yo empiezo a alistarme para ir al colegio. Era Miércoles, y ese día era día de deportes, así que el uniforma era fácil de poner, además estaba feliz, porque el día de deportes era mi día favorito de la semana.
Ya a las 6:45pm fui a desayunar a la cafetería, y regreso a la habitación para las 7:00am, casi tarde para el colegio. Al momento que entraba a la habitación, una enfermera salía con una bandeja de medicamentos y un grupo de expedientes. Mientras veo qué tengo de clases, ella comienza a respirar con dificultad y a decirme que no puede respirar, que le falta el aire. Yo me acerco, algo preocupado, ya que pensé que era algo simple, pero no, la respiración se le hacia difícil y estaba poniéndose pálida. Ella, morena de piel, estaba perdiendo la pigmentación. En ese mismo instante comienzo a llamar a enfermería con desesperación. Pasaron unos 3 minutos, para que la misma enfermera hiciera presencia y tomara sus signos vitales, revisara el record y se diera cuenta que no era el de ella…
No pasaron ni 2 minutos mas, cuando la respiración era mas profusa y dificultosa. Yo recuerdo estar en un grado de ansiedad, y a mis 15 años, nunca había tenido tanto miedo, miedo a que ocurriera el temor mas grande de un adolescente. Inmediatamente, ella me agarra de la mano y me dice, mirándome fijamente “Cuida a tu hermana, cuida a Angie”, esa fue la ultima vez que escuche su voz, y vi sus ojos abiertos.
Yo me puse histérico. Tuvieron que sacarme de la habitación mientras los demás médicos entraban a resucitar. Bajé al Lobby de la clínica, extrañamente calmado, ya que los médicos habían entrado, todo iba a estar bien.
Unos 5 minutos mas tarde, Tío Manuel (que había llegado unos minutos antes), baja y me pasa por el frente, sin mirarme, y yo me quedo mirándolo con incredulidad. A los pocos minutos baja mi tía, que estaba en la habitación, una señora que no conocía, y Tío Benjamín (hermano de mi madre, que había llegado con Tío Manuel). Se me acercan y se me sientan alrededor, y la señora que no conocía me dice “Rubén, tu madre luchó y luchó, y los médicos hicieron lo posible, pero ella murió”.
Confieso que no lloré, solo bajeé la cabeza, y en segundos, todos los planes futuros (planes para mi cumpleaños en dos semanas, planes de navidad, planes de ella irme a ver jugando beisbol, recuerdos, conversaciones, momentos), todos, pasaron por mi cabeza, pensando con dolor que ya los planes futuros no existen. Creo que ese sentimiento, de hacer planes y sentirte feliz por ellos, y luego, en horas, darte cuenta que nunca serán posibles, es un dolor imborrable.
La historia podría continuar, pero no creo que lo que viene sea importante. Para mi lo es, no me mal interpreten, pero escribo como homenaje a ella, no a modo de desahogo.
Alguien me dijo, que “Si ella está cumpliendo 19 años de su fallecimiento, ya has estado más tiempo sin ella, que con ella’’. Esta persona está en lo cierto, pero honestamente nunca me había dado cuenta. Los años pasan, pero el sentimiento no, y el dolor nunca, eso se queda.
Agradezco de cierta forma el dolor de esa pérdida, porque me mantiene atado a ese recuerdo que no quiero olvidar. El dolor es inevitable, lo de sentirme siempre mal es algo opcional, yo decido. Pero las lagrimas que se derraman al escuchar “Cartas Amarillas”, o cualquier canción de Roberto Carlos (su cantante favorito), estarán conmigo hasta que sea mi turno.
Decir que tuve la mejor madre del mundo, seria honestamente decir una tontería. He conocido extraordinarias madres, mujeres y amigas. La mía es y fue una de ellas, una de esas extraordinarias mujeres que nos enseñan cada día a amar a otros más que a ellas mismas
Es difícil contener las lágrimas con este «Editorial», sobre todo cuando se conoce tan bien ese dolor que se queda para siempre, aunque ese mismo dolor sirva para mantener viva la llama de la memoria. Te felicito por compartir esos sentimientos, muchos no hemos podido hacerlo.