Según los estatutos de Hollywood, los Oscar prohibieron que los animales puedan ser elegibles para el actor principal después de que un pastor alemán llamado Rin Tin Tin ganó con la mayoría de votos en 1929. Eso no sonará tan ridículo cuando mires este poderoso drama húngaro llamado “White God”, protagonizado por el Marlon Brando de los perros, los perros gemelos Mutt –Life.
Ellos comparten el papel de Hagen, el mejor amigo de cuatro patas, de Lili (Zsófia Psotta), una niña de 13 años de edad, quien va a pasar el verano con su padre en Budapest. Su padre, no muy amigos de los perros, deja a Hagen en una calle concurrida para evitar pagar un nuevo impuesto que le exigen a los perros mestizos (Perros sin una raza determinada). Después de un par de aventuras al estilo Lassie, Hagen cae en las garras de un entrenador de peleas de perros, el cual convierte a nuestro Hagen en una máquina de matar (amantes de los animales, cúbranse los ojos). Después de varias situaciones, Hagen logra llegar a la perrera municipal donde se convertirá en el líder de la avanzada (Cuál Cesar en en “Planets of the Apes”).
Y es que la película navega en un mar de emociones. Primo está el drama familiar de la niña, luego la pérdida de su mascota, la transformación de Hagen y luego la venganza de los perros. Podríamos entender la metáfora del director, en donde los oprimidos se alzan en contra de la clase que los maltrata, esto es creíble y es entendible. Pero lo que no resulta, es que al tercer acto, en donde esta revolución se convierte en una matanza sin ton ni son, traicionando la naturaleza de estos animales, y no solo traicionando la naturaleza, sino convirtiéndolos en un cliché cinematográfico.
“White God” si no fuera por el estrepitoso tercer acto mencionado, a mi entender sería una obra maestra. Pero no deja de ser maravillosa en su esencia. La capacidad de dirección de Korndrel Munduczo es sencillamente extraordinaria.