Se dice que en cine y en las artes a groso modo, hay que trabajar con lo que se conoce, con aquello que interesa y puede crear una pieza de autenticidad palpable. Un símil presente en la filmografía de la pareja de directores dominico-mexicana
Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas, es la soledad, personajes perdidos emocionalmente, que buscan redención, explicaciones o quizás sólo encontrar respuestas a todo este recorrido, llamado vida.
“Dólares de Arena”,es la cuarta propuesta cinematográfica de la dupla. Su historia se afinca nueva vez en nuestra hermosa Samaná, donde se encuentra Noelí (Yanet Mojica), una chica que se prostituye y cuyo mercado predilecto son los extranjeros europeos que viven y viajan a la zona. A su lado, el novio aprovechador y negociador (Ricardo Ariel Toribio), y completando este trío actoral principal, Anne (Geraldine Chaplin), francesa de avanzada edad, que busca encontrar respuestas a una vida en que aparentemente la soledad es su mayor constante. La relación de estos va desde el apego emocional hasta conseguir beneficio económico de la forma más básica.
Retratar esa soledad, esa búsqueda continua, la validación en la contra parte emocional, en las miradas y en las expresiones faciales de sus protagonistas es el trabajo de una dirección comprometida y que busca interiorizar con el mundo de cada uno de sus personajes. Laura e Israel, lo logran. Esa dirección y la fotografía del propio Cárdenas acompañado de Jaime Guerra, lideran la estética del filme, uno de sus mayores atributos. El lenguaje visual es el mejor y más equilibrado con el que cuentan hasta ahora.
Siendo la primera vez que trabajan con una actriz profesional y un guión libremente adaptado (Basado en la novela “Les Dollars des Sables” de Jean-Noël Pancrazi) los creadores navegan por nuevos rumbos en su carrera, se adentran en una narrativa más convencional y utilizan elementos que habían sido poco explorados en su filmografía, la música, por ejemplo, que en esta producción se convierte en parte esencial de la misma. Liderada por la bachata tradicional de Ramón Cordero, se traza de manera correcta la atmósfera deseada, donde el vaivén de los "motores", muestra la ambivalencia de las decisiones y ese camino errado que a veces se toma, conociendo la poca veracidad de las intenciones. Perderse para encontrarse dirían muchos.
A pesar de que el guion tiene muchos puntos interesantes y muestra las contradicciones de vida que pueden darse en una ciudad como Samaná, es una de las partes donde el filme tropieza, las resoluciones y situaciones un poco estructuradas contradicen la visión tan real que se está planteando, se percibe como si muchas cosas sucedieran porque deben hacer que la historia avance hacia su clímax final. A esto se le suma el apartado actoral, donde Chaplin sale muy bien parada, demostrando su calidad histriónica. Sin embargo, a pesar del gran esfuerzo que se nota se hizo para crear la intimidad deseada en su relación con el personaje de Mojica, y la de esta con Toribio, la falta de experiencia y comodidad frente a la cámara florece en algunas escenas. Lo que se traduce en una conexión emocional débil con los mismos. Algo que los directores habían logrado magistralmente en trabajos como “Jean Gentil” y “Carmita”.
Al final del día, esto es cine, del bueno y con compromiso, aquel que tiene la capacidad de re-educar a un público hastiado de ver el mismo producto repetido en las salas. Cine que permea aristas diferentes de nuestras historias como dominicanos y que debe continuar haciéndose para que nuestra industria pueda llegar a lograr esa gran identidad que tanto necesitamos.