El peso de los años, la vida negándose a morir ante la llegada de la decadencia, niños en cuerpo de adultos bailando al son de un merengue y que se inyectan Botox, porque no pueden tolerar como van envejeciendo, y a su vez, un reclamo a la alta sociedad, que cree que haciendo obras benéficas y de vez en cuando hacienda algo “Bueno”, ya sus derroches y excesos están saldados. El humor negro, la muerte, la infelicidad y una maravillosa ciudad de Roma fotografiada de la manera más hermosa y perfecta, hacen de “La Grande Belleza” una maravillosa película de nuestros tiempos.
¿Cómo una película puede fascinar tanto de manera visual y al mismo tiempo querer contra cosas sencillas y profundas huyendo precisamente de todo lo que parezca sencillo o profundo? Este edificio cinematográfico es la respuesta de Paolo Sorrentino a tal vez muchas preguntas de nosotros.
Con una clara influencia de la “Dolce Vita” de Fellini, el director evoca a los mayores referentes con los cuales firma su cine. Con un carácter de autorreflexión y virtuosismo formal, no ofrece espacio alguno para reflexionar, es como si cada imagen de la película consagrara de alguna manera, la hermosa ciudad de Roma y las decisiones pensares de su protagonista.
En Roma, durante el verano, nobles decadentes, arribistas, políticos, criminales de altos vuelos, periodistas, actores, prelados, artistas e intelectuales tejen una trama de relaciones inconsistentes que se desarrollan en fastuosos palacios y villas. En el centro de todos ellos está Jep Gambardella (Toni Servillo), un escritor que dejó de escribir después de su primer libro. Jep, ahora periodista, acaba de cumplir 65 años.
Maravillosa película, con una extraordinaria banda sonora, movimientos impecables de cámara, personajes que conocemos y que de alguna forma le ponemos nombre y una pausividad reflexiva, hacen de la “La Grande Belleza” una maravillosa película y una de las mejores de los últimos tiempos.