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Critica a «Canción sin nombre» (2019) de Melina León

En una aldea de montaña cerca de Lima, Georgina, una joven quechua, espera un hijo de Leo, su compañero. Mientras está vendiendo papas en un mercado de Lima, escucha en la radio que una clínica privada puede ofrecerle un seguimiento serio del embarazo y ocuparse de su parto. Pero la clínica es un pretexto para robar los hijos de mujeres indefensas porque no tienen suficientes medios, para darlos en adopción en los países ricos. La trata de personas es muy organizada y es muy real; probablemente contando con un apoyo de alto nivel. Georgina está devastada; dio a luz a una niña, de la cual vio unos pocos segundos. Ni sus gritos ni sus súplicas encuentran eco, la puerta de la clínica permanece inexorablemente cerrada, pues los traficantes ya han abandonado las instalaciones. Georgina decide acudir a la prensa, en la persona de Pedro Campos, un riguroso periodista de campo, que inmediatamente decide investigar.

El personaje de este periodista se inspira en realidad en Ismael León, padre de Melina León, la directora de la película (de quién es su primer largometraje). León, que trabajaba en el prestigioso diario La República, había investigado y revelado el escándalo en la década de 1980. La situación peruana era muy sombría en ese momento, bajo los gobiernos de García y Fujimori. Sendero Luminoso, una organización terrorista, aterrorizó al país con sus sangrientas guerrillas. En Canción sin nombre, Melina León capta esta compleja situación. 

Después de la primera filmación de archivo que cita los hechos que dieron origen a la película, la escena inaugural, en cámara lenta, nos sumerge en un momento de danza de tijeras, que es una antigua danza tradicional. Magnífica, esta apertura nos invita a un mundo andino con costumbres intactas: la coca, las oraciones en la montaña, la orquesta y el canto nos permiten acercarnos a Georgina y Leo. Poco después, el tono cambia, los dos jóvenes son filmados en un plano medio que capta un toque de ternura, un gesto de cariño, un toque de oreja, el despertar matutino de una pareja en su pequeña casa. Ya en esta etapa, la película ha mostrado una gran elegancia en su puesta en escena: ha convocado dos intimidades, una ferviente, colectiva, la otra privada. Mantendrá esta belleza formal, este requisito, en cada composición.

Desde el punto de vista sociológico, Canción sin nombre abarca varios temas por evocación. Sendero Luminoso está muy presente, no usa este nombre, pero es obvio y sirve como telón de fondo. Se suma a la angustia creada por la primera trama, la de la pérdida del niño. También sentimos el estruendo de los disturbios en Lima, sin ninguna certeza de lo que está sucediendo. Al pie de la montaña, los soldados aparecen, también muy inquietos, cuidando cadáveres a sus pies.

Tejer una historia de total oscuridad y cálida esperanza en paralelo, sin que una aplaste a la otra es su mayor logro. Melina León no sólo se permite hacer todo esto, sino que lo hace con una delicadeza y facilidad asombrosas. No importa cuán ligero sea el camino que tome, nunca se ven las cuerdas que manejan todo, y su admirable escritura nunca abruma a su personaje. Nos apegamos tanto a Georgina que no nos damos cuenta inmediatamente de que la película no es sólo sobre ella.

 Pamela Mendoza encarna esta madre dolorosa, Georgina, con una fuerza y amplitud que todos acogen. La actriz ha engordado más de 15 kilos para interpretar el papel, yendo incluso más allá de los deseos de la directora. Es difícil imaginar que la joven devastada, con un futuro problemático, sea en realidad una estudiante de antropología. En cuanto a Tommy Párraga, misterioso, le da al periodista una cierta rigidez, bien vista, apenas dejando ver su empatía por Georgina. El hombre está bajo control, como la sociedad peruana, amordazado en esos años oscuros. En este mundo, en el que a menudo se tiene más que perder que ganar, las sombras están a la orden del día. Hay dramas como precipicios al borde de los cuales las palabras se detienen. Luego el cine toma el relevo y canta una canción melancólica para los niños ausentes, las sociedades enfermas. Canción sin nombre es parte de este cine.

La canción sin nombre podría ser la canción de cuna que Georgina no puede cantar a su hijo desaparecido, pero también es el estribillo secreto de todos aquellos que tienen que vivir y sobrevivir al margen de una sociedad violenta, por su género, color de piel, idioma, sexualidad. Una canción secreta que, como una canción revolucionaria, se convierte en un gigantesco estruendo cuando encuentra su eco. No es casualidad que Canción sin nombre se abra con imágenes de archivo, porque la cuestión de la transmisión es fundamental. La película también está dedicada al padre del cineasta, un periodista que participó en la cobertura mediática de las redes de trata de niños y niñas.

La acción tiene lugar en el Perú en la década de 1980. Un período en el que, en palabras del director de fotografía de la película, "la historia ha perdido la cabeza". Pero Canción sin nombre podría tener lugar tanto en los años 50 como en la actualidad. Si la película evita delicadamente encerrarse en una reconstrucción demasiado fuerte, es con un escalofrío en la columna vertebral que comprendemos que esta historia helada sigue teniendo lugar hoy en día en casi todas partes, en secreto, en todos los márgenes que nuestras sociedades perpetúan.

Acerca del Autor

Ruben Peralta Rigaud

Rubén Peralta Rigaud nació en Santo Domingo en 1980. Médico de profesión, y escritor de reseñas cinematográficas, fue conductor del programa radial diario “Cineasta Radio” por tres años, colaborador de la Revista Cineasta desde el 2010 y editor/escritor del portal cocalecas.net. Dicto charlas sobre apreciación cinematográfica, jurado en el festival de Cine de Miami. Vive en Miami, Florida.