La nueva película del Director Ari Aster (Hereditary) inicia con una tragedia, que deja a Dani (Florence Pugh) en un estado vulnerable, lo que le dificulta a su novio, Christian (Jack Reynor) poner fin a su problemática relación con ella. Meses después, en un intento por mantenerla feliz, o tal vez por pura culpa, la invita a unirse a él y a sus tres amigos en un viaje a un pueblo remoto en Hälsingland, Suecia para participar en su festival de verano, un evento que solo ocurre una vez cada 90 años.
Aster tiene muchas ideas que mostrar y explotar en Midsommar . Su primer largometraje, Hereditary, utiliza ideas e imágenes fuertes para exponer lo terrible que es cuando toda una familia es afectada con antecedentes de una enfermedad mental. En esta película usa el mismo truco, pero con la agitación emocional de una relación tóxica. Aster parece haber reconocido y replicado el interminable suspenso que surge al observar a dos amantes, que se odian en secreto, intentando posponer la inevitable ruptura. Para peor, esa sensación de conclusión inevitable puede ser palpable en el primer acto de la película, que tiene que ver con esos problemas de relación. A medida que Midsommar avanza, el suspenso aumenta y aumenta como si no tuviéramos idea de a dónde irá. Pero si sabemos algo, no terminará con un final feliz.
Una vez que hemos sido devastados por su secuencia de apertura, la cinematografía invertida de Aster y nos lleva a través de los caminos sinuosos del país, ayudados por la siniestra musicalización de Bobby Krlic, asegurando que este será un viaje sin retorno.
Además de Christian y Dani, el grupo está formado por Pelle (Vilhelm Blomgren), un nativo de la comunidad y quien les informó del festival; Josh (William Jackson Harper), un antropólogo que busca usar el festival como base para su tesis; y Mark (Will Poulter), un tipo arrogante y vulgar que resulta ser el clásico bocon de las películas de este género. Por todo el énfasis que se puso en la narrativa, estos personajes están, en general, relegados a ser el clásico grupo de norteamericanos que viajan a un lugar desconocido y se meten en problemas, situación que hemos visto una y otra vez en el cine de terror. Aún así, son muy entretenidos y cumplen un propósito, sin restar valor a la experiencia en general.
Midsommar es el horror popular, pero de combustión lenta, en su máxima expresión. Aster constantemente eleva la tensión antes de retroceder de nuevo, y luego abofetearte en la cara justo cuando pensabas que estabas a salvo. Es a veces una pesadilla alucinante y en otras ocasiones, sanguinario y perturbador, pero increíblemente efectivo, sobre todo cuando aborda el sentimiento de pérdida. La película tampoco carece de humor, y con frecuencia provoca episodios de risas incómodas en mi proyección.
Impulsar el peso emocional de la película es el desempeño de Pugh, que, como el de Toni Collette en Hereditary , es un tour de force y digno de todos los elogios que seguramente recibirá, esta fantástica.
El festival de nueve días comienza de manera inocente, con banquetes, música y alegría, pero las cosas toman un giro oscuro muy poco después. Aunque sorprendidos por el ritual, los turistas intentan racionalizarlo como diferencias culturales. La religión ficticia de Hårga está impregnada del folklore europeo, pero cada día de la ceremonia parece traer consigo nuevos terrores que se arrastran debajo de nuestra piel, sin permitir que la tensión disminuya.
El director no está terriblemente interesado en reinventar la rueda cuando se trata de la estructura narrativa, y se apoya mucho en el clásico de terror Wicker Man (Robin Hardy, 1973) , por lo que, aunque las audiencias más experimentadas no saben exactamente qué va a suceder, todos tenemos una idea en general de que todo esto está conduciendo a alguna clausura violenta e inquietante, y la tensión eventualmente da paso a la mera impaciencia.
Aster eleva la apuesta inicial de su primera película y ofrece un extenso descenso a un infierno feliz de casi dos horas y media, y al igual que en su película anterior, termina con un desenlace sangriento que lleva a una conclusión inevitable e inolvidable. Su dominio del lente es perfecto, más aún en su capacidad para evocar temor en la audiencia que, incluso después de abandonar la proyección, sentí sus efectos durante algún tiempo.
El director de fotografía, Pawel Pogorzelski ( Hereditary), pinta imágenes inolvidablemente incómodas de luz brillante, difusión suave y una paleta de colores pasteles con herramienta llena de una ironía maléfica, ya que este uso de colores contrasta con las intenciones y mucha de las imágenes presentadas. Es perfecto.
Los mejores momentos de Midsommar se producen cuando Aster evita la incómoda y obvia costumbres de este culto, y lo propone como algo natural, como que lo obvio para ellos es siniestro para nosotros. El momento más inolvidable y catártico de la película no viene de mano de imágenes llenas de violencia o maldad, sino la escena en la que una habitación llena de miembros de culto respira con Dani, grita junto a ella y comparte su increíble dolor. Puede parecer gracioso al leerse, pero cuando conozcas los motivos, tendras piel de gallina.