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Critica a «The Equalizer 2» (2018) de Antoine Fuqua

Hubo algo especial sobre la película The Equilizer del 2014 del director Antoine Fuqua, la que  presentaba algo diferente. Aunque basada en la serie de televisión de los ochenta, el punto clave en su diferencia fue que su actor principal, Denzel Washington (asumiendo el papel de Edward Woodward como McCall), era un buen hombre haciendo trabajos sucios. El, un ex agente de la CIA con un agudo sentido de la observación y una fuerte humanidad, se inspiraba a corregir los errores de otros. La historia se basaba en su carácter y una narrativa lineal. Su comportamiento zen era una aguda contradicción con la espantosa violencia resultante de su necesidad de corregir sus errores. En otras palabras, había corazón y alma más allá de la sangre

The Equalizer 2, presenta de nuevo a Denzel (en la primera secuela de su carrera) como Robert McCall, un asesino retirado de la CIA. En la trama ambientada en Boston, McCall trabaja como conductor de Lyft durante el día, pero también trabaja en secreto como justiciero, corrigiendo los errores de su sociedad y protegiendo a las víctimas.

En sus escasos momentos libres, el héroe solitario y melancólico lee una versión de ‘En busca del tiempo perdido’ de Marcel Proust, una obra maestra de la literatura francesa. Este elemento narrativo que pretende aportar algo a las acciones del personaje, no es desarrollado por el director. La constante mención del libro no tiene importancia más que pretender.

Los silencios son pesados ​​en The Equalizer 2, pero estos comunican algo. Antoine Fuqua no se deja engañar por ciertas críticas asociadas con sus películas, pero sin embargo asume su marginalidad al defender un cine convencional y darle una visión diferente de la vida. A menudo se inclina a lo religioso, de hecho, al hablar de creencias, uno se da cuenta de los vínculos que unen al director con la existencia de Dios. Este personaje solitario, a quien le gusta hacer el bien pero sin querer el mérito, roza en lo altruista. Uno no puede compartir su afecto por la fe, pero el cineasta tiene el mérito de asociar la narración, la puesta en escena, la elección de la dirección de la fotografía y los elementos de la naturaleza a su conciencia.

Denzel Washington conserva una humanidad que casualmente usa la violencia cuando el azar lo dicta. Para Antoine Fuqua (Training Day, Tears of the Sun), seguramente esta es la encrucijada entre la dualidad de la vida y la muerte, el bien y el mal.

La cinematográfica secuencia de apertura en Estambul es visual y conceptualmente fabulosa, y funciona bien como guía de introducción. Washington tiene una presencia conmovedora durante todo el tiempo en que estamos en su pueblo costero de Massachusetts, y para el culminante encuentro final, la tensión se lleva a un punto álgido.

Lo que impide que la película sea un éxito en su puesta en escena, es que se mantiene al borde de la abstracción, especialmente en la parte final, filmada en forma de plano secuencia, en donde la cámara sigue el enfrentamiento entre los dos enemigos como si fuera una coreografía; despertando una especie de mezcla entre incomodidad y casi euforia en el espectador, y donde la continuidad narrativa de la violencia sugiere una condición de mini-narrativa. Al final, nos quedan muy buenas secuencias de acción adornadas con diálogos que abusan de una innecesaria buena voluntad.

Acerca del Autor

Ruben Peralta Rigaud

Rubén Peralta Rigaud nació en Santo Domingo en 1980. Médico de profesión, y escritor de reseñas cinematográficas, fue conductor del programa radial diario “Cineasta Radio” por tres años, colaborador de la Revista Cineasta desde el 2010 y editor/escritor del portal cocalecas.net. Dicto charlas sobre apreciación cinematográfica, jurado en el festival de Cine de Miami. Vive en Miami, Florida.