Críticas de Cine y Artículos

Editorial personal: Contigo aprendí…

El pasado 23 de octubre se cumplieron veinte años desde la muerte de mi madre y parece increíble. Es imposible no sumar o multiplicar las cosas que han pasado desde entonces. Pero esta vez img_3172quiero recordarla de una manera diferente, recordando algunas cosas que me marcaron. Todos tuvimos infancia, yo aun sigo viviendo en una, pero todos crecimos con ciertos valores, habilidades y costumbres que han evolucionado a través de los años. Ya los niños de ahora, por desgracia o bendición, no piensan ni andan como los de mi generación, la generación sin WiFi. Aquí cuento muchas de las costumbres que teníamos en casa, y que explicarán el por qué de mi desequilibrio.

Levantarme a las 5:00, todos los días. Simple, tenía que limpiar la casa antes de irme al colegio (un duplex de dos pisos más un parqueo y una galería). Era tortura china para mi e incontables momentos vergonzosas en frente de mis amigos que, mientras jugaban, yo barría. ¿Que aprendí? A importarme poco lo que los demás piensen mientras estoy trabajando, aprendí disciplina (créanme, si mi cama no estaba hecha a las 5:15am, tipo militar, había problemas), y obviamente, nadie limpia una casa mejor que yo.

Los americanos dicen “don’t give a fuck”, mi mama me decía “que coño le importa a el/ella/ellos”. Aprendí esta lección en 1992, cuando se hablaba mucho de la película “Terminator 2” y mi madre, amante al cine, nos llevó a mi hermana y a mí al Palacio del Cine de la 27 de Febrero (que en ese entonces era de solo 4 salas). El cine estaba repleto, y ella, sin importarle lo que los demás pensaran, sacó una olla de espaguetis y me dio un plato plástico a mí y otro a mi hermana y nos sirvió. Ya pueden imaginar el olor que inundó la sala, y ¿adivinen qué?... estaban tan ricos que la gente alrededor comió.

Aprendí a respetar a las mujeres. Fui semi-criado por dos mujeres, mi madre y mi hermana menor Angie, no es fácil vivir con dos mujeres. Cuando mi madre salía a trabajar yo tenía dos tareas, cuidar a mi hermana y limpiar la casa en lo que ella llegase, tarea ardua para un niño de 10 años, y más aun cuando mi amada hermana aprendió a sacar cosas de mi. Historias que llevaron más de un correazo (correa que me hacían buscar a mi, o un palo en sustitución, de acuerdo a la gravedad del asunto). Prefiero mantenerlas confidenciales por amor a mi hermana, Angie te amo (ahora).

A no ser glotón. Yo era famoso en la familia por ser “petiseco” y “mañoso”. Yo no comía de nada, siempre tenía peros para comer, las excusas eran tan amplias como desde sacarle los granos de habichuelas al moro como mi irremediable odio a la berenjena, sentimiento que aun sigue vivo. Entre los manjares que yo despreciaba estaba el cangrejo. Un buen día, una vecina cocinó un extraordinario asopado de cangrejos, y yo estaba de visita  jugando Nintendo con su hijo, y claro, por cortesía la dama me ofrece, y yo sin pensarlo dos veces, me como dos platos (parte de mis enseñanzas era que en casa ajena se deja plato limpio). Contento y lleno me voy a mi casa, y cuando llego, no sé de qué mágica forma mi madre se enteró que yo comí cangrejo. En resumidas cuentas, estuve comiendo cangrejo por una semana, tres veces al día.

A no dejarme dar o quedarme “da’o”. Yo sé que va a sonar feo, pero todo el que creció en mi generación lo sabe, ningún padre quiere que su hijo pierda una pelea. Claro, sonará más feo porque en esta época hay mucho cuidado cuando se habla de esto por las consecuencias del “Bullying”, pero en mi país y época, el Bullying mi madre me lo mandaba a resolver fácil, ella decía, literalmente “aquí no me vengas da’o, tu vas coges una piedra y lo partes, yo resuelvo después”. Gracias a Dios que me dio tamaño para evitar desgracias venideras. Y si me quedaba “dao”, ella me remataba con un correazo.

Cuidado personal. Uno de las reglas en mi casa, es que había dos gavetas de ropa interior, una para diario y otra llena de ropa interior nueva estrictamente para actividades, es decir, para cuando “vayamos a salir”. La mayoría de esta ropa interior era traída por mis tíos cuando venían de Estados Unidos, por que según ella eran de marca. Cosa que no entendía, la ropa interior de diario siempre venia acompañada de hoyos, mientras que la de salir, era blanca y con pocas lavadas. Un día, lleno de curiosidad, le pregunte que “por qué usar ropa interior nueva o blanca para salir, solamente” a lo que ella me respondió “ tú nunca sabes cuándo vas a tener que ir a una sala de emergencias”. Realmente aun es la fecha, e incluso trabajando en el área de la salud, que no resuelvo dicha ecuación. Pero donde  manda capitán, no manda marinero.

Aprendí el amor por los clásicos. Cada vez que decía que Lucho Gatica o  Javier Solís cantaban canciones viejas, no bien terminaba bien la frase y un coscorrón me caía en la cabeza, acompañado de la frase” no son viejas, son clásicas”. A raíz de esa tiranía musical, en mi casa solo se escuchaban emisoras (la desaparecida Galaxia FM) donde los boleros y baladas eran la norma. Mi conocimiento musical fue limitado a esto por muchos años, es decir, mis concomimientos del merengue y otros ritmos vinieron cuando salía e inevitablemente los escuchaba, o cuando iba a la casa del vecino que tenia Telecable y veíamos MTV (leve incursión a la música americana de la mano de MC Hammer y Ace of Base). Para mí no hay ni existirá un cantante como Nat King Cole, y creo que muy pocos nos hemos enamorado de alguien a través de una canción. Boleros y baladas que contaban historias, mayormente de desamor. Estoy seguro que me enamoré muchas veces de diferentes mujeres que nunca conocí, a las cuales, algún escritor las inmortalizó con una de sus canciones.

Aprender a cocinar, fregar, ‘’suapear’’, barrer, limpiar el polvo, pero no a planchar… eso es para mujeres. ¿Notan la ironía? Pero es cierto, yo tuve un entrenamiento diario por más de 10 años en todos los quehaceres domésticos. Sé lavar porque no teníamos lavadora, es decir, a puro puño y cepillo (para los jeans), obviamente si limpiaba la casa dos veces al día al barrer, supear eran la norma. Tengo un PHD en eso. Lo de limpiar el polvo era especifico para los sábados. Pero ella insistía que el planchar era solo una tarea de mujeres, y es cierto, ¿no han notado lo feo que se ve un hombre planchando? Muchos dirán “ay que machista” “mi hijo hace de todo” “mi esposo lo hace” y bla bla…pero eso no quita que se vean feos haciéndolo.

Y obviamente, mi pasión por el cine. Desde que tengo uso de razón, en mi casa se ven películas. Desde por la mañana hasta la noche. Incluso, hay una leyenda urbana, que cuando mi madre estaba embarazada de mi, ella fue a ver “Game of Death” con Bruce Lee y ella sentía que yo lanzaba patadas en su vientre. No me crean a mí, ella me lo conto, y ella no decía mentiras. Cuando salió el VHS hubo magia en mi casa, aun teníamos el televisor a blanco y negro, y por muchos años solo veíamos televisión en blanco y negro, ya que la de color eran de “tubo” y había que esperar unos 20 minutos a que se calentara, y no teníamos la paciencia necesaria para esto. Luego que llega el VHS a nuestras vidas, por osmosis llega una televisión a color, recuerdo ese día como si fuera ayer. Que felicidad era descubrir que Die Hard era a color, y que “La Lista de Schidler” fue filmada en blanco y negro y que la pela (golpiza) que me dieron porque supuestamente dañé la televisión fue innecesaria.

Con ella tuve mis primeras veces más importantes. La primera vez que fui al cine: Cine Triple a ver “El Chanfle” con Chespirito y su equipo. La primera vez que manejé (o que mejor dicho puse el carro en D y no freneé). Me regalo mi primer guante de jugar beisbol (que aún conservo), mi primer Nintendo (el cual solo podía usar una vez al mes, y era justamente después de la entrega de notas en el colegio), me botaron de mi primer colegio (Colegio Loyola), no es algo que me cause orgullo, pero si eso no ocurre, no hubiese llegado a conocer gente fantástica que me cambió la vida. Mi primer viaje en avión, a jugar beisbol a Puerto Rico. Escribí mi primera carta de amor a….no, ella no sabe que fui yo, pero mi madre me la redactó.

Confieso que mucha cosas escapan de mi mente mientras escribo, y sé que eventualmente me llegarán. Ya han pasado 20 años desde que ella murió y aun no lo creo, y al final lo que más duele es que ella no estará presente o estuvo presente para otras “primeras veces”, pero sé que aunque físicamente no está,  está en los ojos de mi hermana y en las cosas que aprendí con ella. ¿Quien ha dicho que está muerta si no hay un solo día de mi vida que no piense en ella?, al menos, su memoria existirá hasta que yo esté aquí, aun dando “carpeta”.

PS: Pido perdón a todos los hombres que fueron a mi casa enamorados de ella, a los que les vacié la goma, les puse una papa en el muffler, les eche azúcar en el tanque de gasolina o les puse cadenas de hierro entre las gomas y un árbol, quiero que sepan, que no era personal, era negocios. Mentira, era personal, hijos de su madre.

 

Acerca del Autor

Ruben Peralta Rigaud

Rubén Peralta Rigaud nació en Santo Domingo en 1980. Médico de profesión, y escritor de reseñas cinematográficas, fue conductor del programa radial diario “Cineasta Radio” por tres años, colaborador de la Revista Cineasta desde el 2010 y editor/escritor del portal cocalecas.net. Dicto charlas sobre apreciación cinematográfica, jurado en el festival de Cine de Miami. Vive en Miami, Florida.